lunes, 19 de septiembre de 2016

Aprendizaje

Los miro cada mañana.  Crecen ante mis ojos y soy un testigo silencioso y privilegiado del saber que sus mentes brillantes construyen cada día.
De pronto alguno llega y me abraza, de pronto hay que consolar a alguien que llora.  A veces alguien me dice mamá sin darse cuenta, para después corregirse rápidamente, ruborizado.

Tan bella y demandante tarea es ser su maestra, que suelo olvidar cosas vitales, quizás por cotidianas, quizás por las prisas.
Olvido que aún son pequeños, que todo es nuevo para ustedes y que lo que para mí puede ser obvio, natural o sencillo, para cada uno es un aprendizaje, todo está en construcción.

Aprendo tantas cosas de ustedes, pequeños.  Admiro su vitalidad, su vigor, su alegría por la vida, el asombro que habita en sus ojos y les hace ver cosas que nosotros, por desgracia, ya dejamos de percibir.   La felicidad que hallan incluso en las cosas más sencillas.  A veces creo que ustedes me enseñan mas a mí de lo que yo les enseño.

Qué responsabilidad tan grande me ha sido conferida. Saber que soy un ejemplo constante, que lo que haga o diga influye en lo que piensan y sienten; que deben hallar en mí un refugio de paz, alegría y amor cuando más lo necesiten.

Saber que escuchar y abrazar al que más lo necesita, es quizás lo más difícil en ese momento.
Entender que nunca el saber será más importante que cada uno de ustedes ni que sus sentimientos, que educar es compartir y construir el saber desde el alma.  Es crecer juntos día a día.

Quiero que sepan cuan valiosos son, cuanto disfruto el tiempo que paso con ustedes, que siempre habrá sonrisas, abrazos y besos en los machucones para cada uno.  Sepan que aunque no lo diga, siempre lloraré un poco cuando se vayan, que siempre recordaré los días felices donde el Sol solecito nos alegraba en las mañanas.

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