miércoles, 18 de octubre de 2017

Soy la peor peatona de este mundo.

Siempre que me veo en la necesidad de andar deambulando por los sitios donde es más fácil andar a pie que en auto, me doy cuenta de que seguramente debo ser la persona más torpe para andar a pie.  No creo estar exagerando al pensar que soy la peor peatona de este mundo.  Tropiezo con facilidad, voy chocando con las personas que caminan en contraflujo, a tal grado que hay veces que decido detenerme y dejar que pasen para poder seguir.  Además camino despacio mientras voy viendo donde voy pisando porque siempre, o casi siempre ando con zapatos de tacón tratando de resolver mi complejo de medir 1.58.


Por lo general, cuando voy en expediciones necesarias de supervivencia a pie, que se traducen como compras o trámites en el centro de la ciudad, las personas que me acompañan van pidiendo que me de prisa, lo cual contribuye a ir murmurando las razones por las cuales odio andar caminando y que me presionen mientras lo escucho decir: “si Dios quisiera que las mujeres usaran tacones, nacerían con un hueso saliendo del talón…”


MI hija es todo lo contrario, ella ama caminar; ¡vaya! digamos que es una peatona nativa.  Pero en mi defensa debo decir que tiene cuatro años y la vida le parece fácil. “Vamos al super muy lejos”, “Quiero ir caminando allá” “Vamos, vamos mamá” y la pequeña tirana no se compadece de las sandalias de plataforma de 10 cm que su mamá trae y se pronuncia muy firme “quiero ir caminando a la escuelita, shi mamá”  Y ahí voy de tacones a trompicones y resbalones, enfrentándome a cuanta piedra y desnivel haya en la banqueta mientras mi hija corre feliz y regresa y vuelve a ir y a regresar demostrando lo fácil que es ir a pie al kinder mientras su madre casi se mata.


Sin embargo, creo que soy un tanto dura conmigo; quizás no es que sea mala caminando, sino que soy una peatona amateur, una caminante de ocasión.   He descubierto que puedo caminar por distancias o periodos muy prolongados si voy de turista o sola y claro, con zapatos de piso.  Creo que el problema de ser peatón no es el tiempo o la pericia, sino que la mayor parte de los peatones que conozco, son peatones utilitarios.  Caminan porque tienen que hacerlo y además siempre lo hacen con prisa.  Y eso si que lo tengo claro; no quiero ser ese tipo de caminante:  el que corre y atropella a los demás, que va como en trance sin mirar alrededor siguiendo un camino mecanizado que aborda como caballo de establo, quizás con destreza, pero sin sentir lo que anda.  ¿Qué caso tiene caminar así? ¿Cómo intentas venderme lo mucho que caminas y lo bueno que eres, si en realidad no disfrutas del camino?  No, creo que prefiero seguir siendo el peatón más torpe del mundo, ir despacio viendo las fracturas que los árboles producen en las banquetas, el graffitti que no estaba la última vez, la luz del sol iluminando el hermoso edificio que ninguno de los habitantes de cierta ciudad parecen notar ya, porque pasan todos los días por ahí.  

Es divertido descubrir la otra ciudad, la que no ves cuando vas manejando, cuando eres un conductor autómata que memoriza  semáforos, sentidos de las calles y las rutas más rápidas.  Cuando vives tus trayectos día a día en un auto, agradeces poder ir despacio a pie viendo todas esas cosas que el ir a 60 u 80 kilómetros por hora no te dejan ver.  Darte cuenta de que ciudades tienen las mejores banquetas para caminar, cuales parques te gustan más, ir a la tienda a la que sólo puedes ir cuando andas por ese rumbo, recordar que no siempre eras parte de un trozo de metal con ruedas, sino que solías conocer todos esos lugares y ver que muchas cosas están tal y cual  como cuando eras estudiante y pasabas por ahí.  Recordar una vez más, que aunque el destino es importante, siempre hay que disfrutar del trayecto, pero eso si, despacito.

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