jueves, 26 de marzo de 2020

De rutinas y amores

Esa mañana hacía un día espléndido. Un verano feroz y ardiente había ya terminado y las lluvias comenzaban refrescando la tierra y dejando un olor a humedad en todo el campo. Siempre le había gustado mirar a todos desde su rama. Hormigas viviendo velozmente, persiguiendo un aumento, un ascenso, una oficina más grande en un piso más arriba. Caminando y trabajando sin darse cuenta de que la vida se les iba en eso. Sin comprenderla, sin disfrutarla. Apenas y veían a los suyos... ¡Pobrecillas!

 Por otro lado el grillo de la esquina, siempre con su música. Cómo si nada importara en este mundo, como si el mañana no fuera una posibilidad inminente. Tan indolente como su amigo el Saltamontes. Ahí, fumando y bebiendo. Viviendo la vida solo para sí, mientras aquellos que les amaban, sufrían por ver en lo que se habían convertido. ¡Qué desperdicio! ¡Cuánto egoísmo disfrazado de falsa libertad!

 -¡Justo a tiempo!- Pensó, mientras miraba pasar a la regordeta catarina, toda emperifollada con su maquillaje recargado y su bolsa, dirigiéndose a hacer las compras. Con su boquita carmín, sus mejillas rosadas y sus taconcitos negros. Se le veía feliz, al menos lo parecía. Con sus pequeños en el colegio y su esposo siempre en el trabajo. Al menos siempre le proveía lo suficiente.

 -¡Oh! la Señorita…- Murmuró mientras la estirada mantis deambulaba elegantemente ataviada. Con un dejo de indiferencia hacia los demás y un poco de mala leche. Siempre le había parecido muy presuntuosa y al parecer a los demás también. Bella, pero sola. Los hombres le temían, profundamente, se contaban historias tan terribles de ella...

 Se recostó en una hoja del gran árbol viendo las nubes correr en el cielo. -Qué pensarán de mí?- Se preguntó meditabundo. Era algo que le intrigaba en ocasiones, ¿Lo verían como el filósofo profundo que era? ¿Admirarían su verde esplendoroso? ¿Sabrían siquiera de su existencia?
Meneó la cabeza para terminar esas reflexiones y siguió avanzando por su ramita. Hacía días que lo había decidido. Quería llegar a ella. Se mantenía escondida entre las hojas, ahí donde la vio crecer y volverse reluciente con los rayos del sol. Tan hermosa, tan coqueta, tan deliciosa. Justo el aroma le anunciaba que estaba lista. Se le acercó y durante unos instantes la admiró en silencio.
El mundo de abajo parecía no tener ninguna importancia. Había llegado a su Nirvana. Despacio y poco a poco, el gusano se deslizó sobre la piel tersa de aquella manzana, casi venerándola. La había visto crecer desde que era apenas una florecilla blanca.

 -Tú y yo somos iguales- le dijo. Nada que ver con los mortales que se encuentran allá abajo. -¿Qué van a saber los profanos de nosotros, los que llevamos una luz dentro, los que llevamos otra naturaleza escondida?- y después de acariciar su piel lustrosa, bajó de ella. Se sintió listo, sabía que era hora. Comenzó lentamente y con perseveración a tejer su capullo. Pronto se lo demostraría. Le dejaría ver que él también podía convertirse en algo completamente distinto y hermoso. Y entonces, ella lo amaría.

 -Los demás pueden burlarse si quieren. ¿Quién dice que seres como tú y yo no podemos amarnos? El mundo está loco. Se ha olvidado que hay tantas formas de amar. Espérame, pronto estaremos juntos, cuando mi verdadero yo sea revelado.- le dijo, antes de cerrar por completo su capullo y caer en un sueño profundo. Qué terrible sería su sueño si supiera que esa manzana está por caer lejos de él, lejos para que otro la coma o incluso se pudra mucho antes de que él despierte de su gran sueño. Y qué duro será su despertar...