miércoles, 15 de noviembre de 2017

Como todos los días.

Cierro mi libro y me pongo las sandalias, es hora de preparar el baño.  En el momento que tengo listo todo, te aviso y tú, como todos los días, corres y te ríes para ganar tiempo, para evitar que te desvista.  Cuando al fin lo logramos, juegas con tus juguetes en la bañera y platicas desde allá.  Voy a bañarte y te dejo "Otro ratito pequeñito, shi?" para que te diviertas en la bañera unos minutos más. No puedo evitarlo, esa frase me desarma todos los días.

Después de un rato, la mamá de a de veras, la que se preocupa, dice que ya es hora de salir de la bañera y entonces el amor de tu vida va y te saca para llevarte a tu habitación envuelta en toallas, ¡Cómo amas a ese padre tuyo...!
Después de la pijama, viene la hora del cuento.  "Yo lo escojo" dices y saltas al pequeño librero a buscar uno mientras yo cruzo los dedos pensando "Que no sea el papá mago, que no sea el papá mago...", pero si, casi siempre es "Si tienes un papá mago".

Me acuesto contigo en los brazos y comienzo a leerte y veo como cada vez preguntas más cosas, cómo te concentras en los detalles.  Cada noche eres un poco más grande.
Comienzas a quedarte dormida pero no olvidas decir tu parte al final, cuando decimos: "colorín, colorado, este cuento... ¡se ha acabado!" Entonces volteas y como todos los días,  me dices: "Te puedes quedar otro ratito pequeñito, shi? y por supuesto que me acomodo y te abrazo.  ¿Quién podría decirte que no? ¿Quién se resistiría a tenerte abrazada mientras comienzas a quedarte dormida? ¿Quién no daría todo por oler tu cabello recién lavado y acariciar tu nariz?

Apagas la luz y regresas a mis brazos.  Nos quedamos en silencio, tú durmiéndote y yo embelesada contemplándote.  Miro tu rostro tranquilo, acaricio tu cabeza, tus mejillas y entonces puedo ser testigo inmediato de la perfección, yace frente a mis ojos.  Y al igual que todas las madres, pienso que eres lo más hermoso que hay en este mundo, como todos los días.

Te beso en la mejilla,  y susurro las palabras mágicas que te doy cada noche, copiando al papá mago: "Te amo, gracias por llegar, por existir.  Descansa y ten sueños felices y divertidos"  Casi siempre sonríes aunque estés dormida.
Salgo en silencio iluminada por ese momento, inmensamente feliz por el día de tu llegada, admirada de que estés en mi vida. Si, así como todos los días.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Lustrando zapatos

Es de noche y como todas las noches, soy el duende noctámbulo que realiza tareas pendientes mientras los demás duermen como personas normales.   Hoy en particular, estoy lustrando los zapatos de mi pequeña hija.  Los miro y pienso: "No tienen ni tres meses y hay que ver como están..."  Tomo uno de los diminutos zapatos y lo pongo en mi mano para verlo, apenas ocupa ese espacio.  Negros, con un moño del mismo material a un lado y su correa de velcro con la pura intención de que se los quite y se los ponga sola.  La punta completamente despintada como suelen ser los zapatos de los niños de su edad que juegan, corren y se arrastran.  Y por supuesto, llenos de tierra y una sustancia pegajosa que prefiero no averiguar qué es.

Los limpio con un trapo primero y entonces lo recuerdo:   Siempre me ha gustado lustrar zapatos.  Bueno, no sé que tan correcta es esa expresión, no sé si es que me gusta lustrar zapatos o que me gustaba lustrar sus zapatos.

Mi padre fue quien me enseñó a lustrarlos.  Teníamos en casa un cajón de bolero de madera con el asa cuya forma era adecuada para que alguien pusiera su pie mientras le lustraban el calzado puesto y dentro, brochas, ceras, cepillos y trapos.  Aún puedo sentir el olor de ese cajón.    Recuerdo sus Florsheim, tenía varios, de muchos colores: verdes, guindas, negros, cafés... y sus botines.  Primero, había que limpiarlos con el trapo, y tomar la lata con la cera del color adecuado y la brocha correspondiente.  Se ponía una cantidad adecuada y con el cepillo comenzabas a frotarlos para darles brillo.  Algunos requerían además un poco de cera de color neutro para acentuar el brillo y al final, después del segundo cepillo, venía el trapo y a darle hasta que rechinara... eso significaba que ya estaban brillantes.

Pero no era la lustrada, era estar cerca de él.  Siempre trabajó demasiado y a veces llegaba muy tarde en la noche, así que yo tenía un ritual que me garantizaba que me dejaran disfrutar un rato más de su presencia: le hacía su café colado en una tetera de porcelana, lustraba sus zapatos y luego se los quitaba para darle un masaje a sus pies.  Qué curioso recordar todo eso...

Casi ninguno de mis zapatos requiere ser lustrado de esa manera, de hecho casi nunca lustro zapatos ya y quizás sea por eso que creo que más bien era solo con los suyos, que era una forma de expresarle cuanto lo amo.  No suelo expresarlo muy seguido de manera verbal.  Así las cosas.

Y vuelvo a la cocina, para terminar de limpiar esos pequeños zapatos y tomo la cera líquida para darles una manita de gato, mientras me sonrío pensando que mi papá jamás aprobaría el uso de ella, ninguno de sus zapatos usó cera líquida.  Cubro todos los raspones y parte de la suela y listo, parecen casi nuevos, preparados para la nueva aventura que aquella princesa traviesa tendrá en la escuela.  Apago la luz y voy a la cama sintiendo el olor de la cera de nuestro cajoncito de bolero.

martes, 7 de noviembre de 2017

La vez que fuimos extraños.

Creo sinceramente que todas las personas deben hacer tonterías de vez en cuando.  Por lo menos, deberían hacer una en su vida, digo, siendo tan corta, lo más lógico es perder la cabeza en ocasiones y dejar de lado el qué pasará por vivir un momento de emoción, ridículo o simple diversión.

Yo he hecho varias y afortunadamente, de ninguna me arrepiento, por más mal que hayan salido.  Y ya no sé si es por cinismo o amor por la vida, pero definitivamente es refrescante hacer algo fuera de lo cotidiano con el pensamiento de "A ver que pasa..."

Una de mis favoritas fue la vez que fingimos no conocernos.  Jugar a coincidir en un lugar en particular como dos extraños cualquiera. 
Habían abierto una barra de café cerca de mi trabajo y le platiqué a mi esposo lo rico que estaba el Chai. 
Un día cualquiera ambos estábamos en el trabajo con unos minutos libres y Twitter abierto matando el tiempo.
-"¿Quieres un chai?" recuerdo que me preguntó por mensaje directo.  
-"¿Me traerás uno?" contesté rápidamente saboreando la idea en esa fría mañana.
-"No, te invito a la barra de café cerca de tu trabajo... con una condición:  Finge que no me conoces".

Me reí.  ¿Cómo se finge no conocer a alguien que llevaba más de 15 años en tu vida?  Sin embargo, gracias a la poca cordura con la que cuento, la idea me pareció irresistible.  Solo contesté románticamente: "¡Juega el pollo!  ¿En cuanto tiempo?" y quedamos en diez minutos, así que fui a pedir permiso para ir por un café en mi hora libre, tomé mi bufanda, guantes, dinero y teléfono para luego encaminarme hacia allá.

Llegué a la barra de café temblando de frío y nervios y lo vi sentado tomando un café.  Me detuve no tan cerca de él y saludé cordialmente al barista quien me conocía como a muchas de mis compañeras y me preguntó si me había gustado el Chai pasado, sonreí coquetamente y dije que sí, y pedí uno igual.   Satisfecho comenzó prepararlo mientras sentía la mirada de mi esposo de fijo sobre mi. Di un vistazo rápido y noté que me miraba intensamente pero como si efectivamente, no me conociera.  Giré un poco para ocultar que me ruborizaba.

Cuando la bebida estuvo lista y yo sacaba el dinero para pagar sin saber que más hacer, él se puso de pie, volteó hacia mí y me dijo: 
-"¿Me permites pagar tu chai?" 
A duras penas logré sonreír mientras  decía un "Gracias" sumamente gutural y tembloroso mientras el barista me miraba sorprendido y recibía el pago de mi té.
-"Emmm Gracias, compermiso..." dije accidentadamente y me preparé para irme cuando, continuando con el número, me dijo: -"¿Trabajas por aquí?".  
-"Si, aquí a la vuelta"- Respondí.
-"¿Me permites acompañarte?" - agregó.
-"Este... si, bueno." y acto seguido, nos marchamos rodeados por las miradas curiosas del barista y otros clientes, preguntándonos que se quedarían pensando.

Al dar la vuelta en la esquina me jaló, me dio un beso y me dijo: "Ande, vaya a su trabajo antes de que la regañen... nos vemos al  rato"- me guiñó el ojo  y nos fuimos cada quien con el corazón acelerado y una sonrisa traviesa que le quedaba grande a nuestro rostro.   Huelga decir que nunca más volví a esa barra de café.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Soy la peor peatona de este mundo.

Siempre que me veo en la necesidad de andar deambulando por los sitios donde es más fácil andar a pie que en auto, me doy cuenta de que seguramente debo ser la persona más torpe para andar a pie.  No creo estar exagerando al pensar que soy la peor peatona de este mundo.  Tropiezo con facilidad, voy chocando con las personas que caminan en contraflujo, a tal grado que hay veces que decido detenerme y dejar que pasen para poder seguir.  Además camino despacio mientras voy viendo donde voy pisando porque siempre, o casi siempre ando con zapatos de tacón tratando de resolver mi complejo de medir 1.58.


Por lo general, cuando voy en expediciones necesarias de supervivencia a pie, que se traducen como compras o trámites en el centro de la ciudad, las personas que me acompañan van pidiendo que me de prisa, lo cual contribuye a ir murmurando las razones por las cuales odio andar caminando y que me presionen mientras lo escucho decir: “si Dios quisiera que las mujeres usaran tacones, nacerían con un hueso saliendo del talón…”


MI hija es todo lo contrario, ella ama caminar; ¡vaya! digamos que es una peatona nativa.  Pero en mi defensa debo decir que tiene cuatro años y la vida le parece fácil. “Vamos al super muy lejos”, “Quiero ir caminando allá” “Vamos, vamos mamá” y la pequeña tirana no se compadece de las sandalias de plataforma de 10 cm que su mamá trae y se pronuncia muy firme “quiero ir caminando a la escuelita, shi mamá”  Y ahí voy de tacones a trompicones y resbalones, enfrentándome a cuanta piedra y desnivel haya en la banqueta mientras mi hija corre feliz y regresa y vuelve a ir y a regresar demostrando lo fácil que es ir a pie al kinder mientras su madre casi se mata.


Sin embargo, creo que soy un tanto dura conmigo; quizás no es que sea mala caminando, sino que soy una peatona amateur, una caminante de ocasión.   He descubierto que puedo caminar por distancias o periodos muy prolongados si voy de turista o sola y claro, con zapatos de piso.  Creo que el problema de ser peatón no es el tiempo o la pericia, sino que la mayor parte de los peatones que conozco, son peatones utilitarios.  Caminan porque tienen que hacerlo y además siempre lo hacen con prisa.  Y eso si que lo tengo claro; no quiero ser ese tipo de caminante:  el que corre y atropella a los demás, que va como en trance sin mirar alrededor siguiendo un camino mecanizado que aborda como caballo de establo, quizás con destreza, pero sin sentir lo que anda.  ¿Qué caso tiene caminar así? ¿Cómo intentas venderme lo mucho que caminas y lo bueno que eres, si en realidad no disfrutas del camino?  No, creo que prefiero seguir siendo el peatón más torpe del mundo, ir despacio viendo las fracturas que los árboles producen en las banquetas, el graffitti que no estaba la última vez, la luz del sol iluminando el hermoso edificio que ninguno de los habitantes de cierta ciudad parecen notar ya, porque pasan todos los días por ahí.  

Es divertido descubrir la otra ciudad, la que no ves cuando vas manejando, cuando eres un conductor autómata que memoriza  semáforos, sentidos de las calles y las rutas más rápidas.  Cuando vives tus trayectos día a día en un auto, agradeces poder ir despacio a pie viendo todas esas cosas que el ir a 60 u 80 kilómetros por hora no te dejan ver.  Darte cuenta de que ciudades tienen las mejores banquetas para caminar, cuales parques te gustan más, ir a la tienda a la que sólo puedes ir cuando andas por ese rumbo, recordar que no siempre eras parte de un trozo de metal con ruedas, sino que solías conocer todos esos lugares y ver que muchas cosas están tal y cual  como cuando eras estudiante y pasabas por ahí.  Recordar una vez más, que aunque el destino es importante, siempre hay que disfrutar del trayecto, pero eso si, despacito.

lunes, 16 de octubre de 2017

Vení Cuchi, vení

Tengo un don muy peculiar, al menos para mí.  Poseo la habilidad de apropiarme de un acento en muy poco tiempo, horas, máximo un día o dos, además de aprender rápido los vocablos locales y expresiones idiomáticas más usadas.  Me resulta hilarante cuando la gente comienza a despotricar contra los habitantes de CDMX, llamados "chilangos" en provincia sin saber que yo lo soy.  Y cuando encuentro el momento clave y sumamente bochornoso para el interlocutor, lo revelo.  Como defensa suelen decir: "Pero es que en verdad que no lo pareces, no tienes el acento".  Cualquiera diría que lo desarrollé como medio de supervivencia al mudarnos, pero no.  Lo poseo sin tener memoria desde cuando.

Entre mis memorias más antiguas (no sé si propias o creadas) recuerdo los viajes a ver a los abuelos salvadoreños.  En la larga travesía de llegar a ese minúsculo país centroamericano de donde proviene mi padre, podía escuchar una mezcolanza de acentos veracruzanos, chiapanecos, guatemaltecos y finalmente salvadoreños.  Era capaz de imitar a la perfección al aduanero que nos pedía los pasaportes, a las vendedoras de jugos, pupusas y tortilla con gallina de la frontera entre Guatemala y El Salvador.  Podía ir a las tiendas y al mercado de Santa Ana con mi abuela y pasar como local sin ningún trabajo y escuchar que le preguntaban "Niña Paquita, ¿Qué su nieta no era de México?"

En uno de tantos viajes en los famosos y nunca bien ponderados autobuses Cristobal Colón tuve la fortuna de que mi carácter extrovertido de niña  y las canciones del kinder me ayudaran a conocer a una familia guatemalteca que regresaba de México después de realizar las compras para la fiesta de XV años de su hija mayor.  De ese encuentro surgió una amistad que perdura entre nuestras familias hasta el día de hoy y volvió a la ciudad de Guatemala una parada obligatoria, una segunda casa a la cual llegar.   En cuestión de un día, ya era de ahí, ya le decía "Vení, Cuchi, Vení" a la vecinita de nuestros amigos.

Puedo ir a visitar a la Tía regia que adoro y al poco tiempo, ya digo huercos, ya tengo el cantadito norteño del Piporro y además lo disfruto.  De vacaciones en mi ciudad natal logro mimetizarme cambiando el tono norteño con el que siempre me preguntan si estoy enojada por el cantadito gracioso tan característico.  Y si, hasta los de la Condesa tienen un acentito particular, yo lo noto.

Ahora ando escuchando a unos argentinos y juro que me he sorprendido diciendo una sarta de barbaridades con ese acento mientras manejo,  que supongo que son el pan de cada día para un argentino promedio pero que si un día me llegara a escuchar mi padre, diciendo "sos un hijo de puta" me vuelve a lavar la boca con jabón como aquel día.

A pesar y por todo, debo confesar que me gusta mucho poseer esa habilidad, es divertido sentirse local, quizás sea que me gusta la pertenencia, que me gusta ser, al menos por un ratito, de ese lugar.  Porque vamos, seamos honestos; a todos nos gusta jugar de local.


viernes, 13 de octubre de 2017

Debo dejar de leer y escuchar a Casciari.

Me gusta escribir.  Así de simple como se lee. Siempre, desde pequeña, he plasmado por escrito muchas ideas y sentimientos que se me desbordan. 
Y como toda persona que en algún momento ha disfrutado de escribir, he pensado que sería bueno publicar un libro.  

Convocatorias y búsqueda de procedimientos para publicar en editoriales ocuparon parte de mi tiempo hasta que llegué a platicarlo con mi esposo.  Él fue el culpable; él me llevó a Casciari.  Pero fue listo, primero me mostró una charla donde hablaba de su padre y una fotografía, donde el tipo me condujo de la risa a las lágrimas,  para después rematar con otra, presentándome la cristalización de una utopía llamada Orsai.  Y ahí me tuvo.

Entonces empecé a buscarlo, a leerlo por todas partes y di con sus podcast y con sus Perros de la Calle.  Demonios.

Tanto había buscado como escribir, tanto había pensado que la escritura debía ser de una cierta forma y viene este tipo con sus cuentos y seduce a mi pluma y a mi teclado y me hace anhelar esa libertad de contar.   Amo narrar historias, siempre lo he hecho, pero viene este genio encubierto en un ser común y conquista mi mente como si nada, la convierte en Casciarilandia.

Entonces me sorprendo haciendo cuentos en mi mente de cuanta cosa que vivo o he vivido.  Siendo libre ahí, platicando como loca, sola en cualquier semáforo esperando la luz verde y aprovechando esa soledad para decir "La puta que te recontraparió" "La concha de tu madre" y  expresiones como esas que no me atrevería a decir en la presencia de nadie más; no solo para no ser una argentina espuria, sino porque me lavarían la boca con detergente, pero que desearía poder hacerlo porque acarician, porque cosquillean la lengua y entendés, es decir, entiendes la razón que tienen para decirlas.

Y luego el fútbol.  ¿Qué le pasa a este tipo? Como si no fuera suficiente con escribir magistralmente todavía se da el lujo de hablar de futbol.  "A ver:" le digo a mi marido, "Si Casciari puede amar el futbol, ¿Por qué no puedo ver la liga también? ¿Qué de malo tiene que me ponga el jersey de la suerte para ver si ahora si logramos los tres puntos de visitante?"

Me ha venido un deseo bruto por querer escribir cuanto recuerdo poseo, cosas que me parecían insignificantes, superfluas o demasiado íntimas y cotidianas para narrar, luchan por salir a través de mis dedos y ser contadas, independientemente de que alguien quiera escucharlas o no.
Y vuelvo a temer.  Temo que salgan mal, que sean inapropiadas. Temo que alguien me destroce por ello y a la vez, que a nadie le importen.  Maldita libertad que da valor y miedo a la vez

Tengo que dejar de leer y escuchar a Casciari.  Temo copiar su estilo, me gusta tanto que me aterra perderme en él. No sé si quiero decir las cosas tal cual, maldecir y poner mi ser al descubierto porque quiero o por esa admiración cuasi infantil de querer ser como el ídolo que recién has encontrado.

Debo dejar de ser hincha de Casciari una temporada para ver qué aprendí, para crear sin copiar.  Porque ya incluso quiero ser un poquito argentina; a pesar de amar ser mexicana y un cachito salvadoreña, me seduce el poder decir "eshos", "pará" y "boludo", tomar un mate en lugar de mi chai y hablar a los gritos.  Porque nunca había considerado exhibir relatos como los que recién he escrito.  Porque en mi mente ya me hablo y pienso con la voz y el acento argentino de este sujeto.
Y mientras escribo esto tratando de fingir que mi decisión es férrea, abro You Tube buscando a Casciari con sus malditos Perros de la Calle. 

lunes, 9 de octubre de 2017

El nombre.

Cosa curiosa que resulta el nombre.   Viene pegado a nosotros desde que nacemos incluso, a veces, antes de aterrizar en este mundo. 
Después de papá y mamá, leche y cosas como ésas, los padres (me incluyo) insistimos en el aprendizaje del nombre propio; primero verbalmente y luego escrito. 

Lo decimos sin ton ni son a todo el mundo.  Hasta aquellos a quienes posiblemente no volvamos a ver jamás, pero de cualquier manera extendemos la mano y decimos automáticamente; "Mucho gusto, Fulano, para servirle..."  Y sin embargo, tiene tanto peso en nuestras vidas. 

Para comenzar, proviene de un arduo ejercicio reflexivo por parte de nuestros padres, o al menos eso queremos creer.  Algunos antes de siquiera ser concebidos, ya poseían nombre, les fue dado desde el momento en que una futura madre de 8 años pensó: "cuando tenga un hijo le pondré..."

Algunas veces, los nombres pueden ser heredados.  Yo heredé dos, por ejemplo, otros son impuestos o dados por que la familia esté feliz y en paz;  algunos son regalados; el de mi hija llegó en un sueño y otros son un crimen o venganza por parte de padres que nunca pensaron en las consecuencias de dárselos a sus hijos.  Como sea, la mayor parte del tiempo, los nombres encierran historias.   "Es que nací el día de tal o cual santo", "Es que mi abuela o mi madre se llamaba así...", "Es que mi mamá era admiradora de X cantante", pero casi siempre, hay alguna historia, o varias detrás de un nombre, digo, no cualquiera se llama Ana Ivette Mercedes sin que haya una explicación de porqué mis padres no consideraron mi futuro tránsito por las escuelas y multitud de trámites pasados, presentes y futuros, teniendo tres nombres.

Lo mejor de todo es que me dicen "la Negra".

Recuerdo los exámenes, tareas y demás cuestiones académicas con la famosa palabrita "Nombre", seguida de dos puntos y una línea que nunca era lo suficientemente larga, acompañada de mi pregunta: "¿Nombre completo?" y si, siempre era nombre completo.
En las oficinas: "¿Nombre?"junto con la pregunta idiota que siempre me hacen:  "¿Tiene tres nombres?" Con mi boca respondo solo con un sí a secas, aunque en mi mente pienso: No, elijo aleatoriamente un nombre que agregar cada día, solo para ver la reacción de los demás. y obviamente piden la explicación de tal atrocidad, la cual acabo dando si ando de buenas.

La verdad es que la historia no es tan divertida como lo es el conjunto de anécdotas que he reunido por llamarme así.  El nombre que más detesto, el maestro que siempre lo usaba sabiéndolo, los exámenes y tareas, el usar un nombre con unos y otro con los demás; el que las personas que me aman nunca me llamen por ninguno de los tres; el que mi madre use los tres cuando está enojada conmigo y el que yo haya decidido llamarme Claudia durante un periodo de mi infancia.

De verdad que es curioso el nombre, porque casi todos usamos diminutivos o apodos para las personas que son cercanas, que amamos o ambas, dejando su uso para cuando estamos molestos, serios o asustados y que a pesar de que todos tenemos al menos uno, para quien nos ve en la calle sólo somos un tipo o una tipa más que se cruzó por su camino.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

El sismo del 85 y yo.

He guardado silencio en mis redes.  No sé muy bien qué decir.
Entiendo perfectamente que un texto más no ayuda ni cambia la situación.  Pudiera incluso parecer un acto egoísta y protagónico y quizás hasta cierto punto, lo sea.
Escribo casi siempre para mí.  Hoy no es la excepción.  Escribo porque hay dolor en mi alma, porque estoy paralizada y a pesar de la multitud de pendientes de este día no puedo avanzar.  Necesito purgar mi mente, mi corazón, mi ser.  Necesito escribir.

Habita en mi interior una complejidad de sentimientos, mezclados con angustias, con recuerdos, con afectos.   Recuerdo ese sismo del 85.  Ahí estaba yo, sentada en mi cama con la pereza de cualquier niño de primaria.  Medio despierta, medio dormida. Fingiendo vestirme mientras mi mamá, al borde de los nervios, nos instaba a apurarnos para no llegar tarde a la escuela.   De pronto desperté por completo.  ¡Qué increíble es el cuerpo humano al entrar en un estado de alerta!  Sentí el movimiento e instintivamente miré hacía arriba.  Nuestro "sismógrafo" casero, que no era mas que un candil rústico que al menor sismo, a veces imperceptible para nosotros, comenzaba a mecerse.  Y si, se mecía.  Más que mecerse, estaba  a punto de impactarse con el techo por lo violento del balanceo.  Y mi mamá se transformó inmediatamente de la típica mamá regañona matutina en la guardiana alerta de sus hijos. Fue un instante y un  "hijos, rápido, ¡está temblando!"... ¡Qué mujer!  imagino el miedo que sintió, imagino su angustia de estar sola con sus dos hijos en el cuarto piso de un edificio viejo mientras su esposo iba al trabajo.  Y digo imagino, porque solo puedo hacerlo, pues en ese momento, esa mujer era Dios, era serenidad, era enérgica, lúcida, impasible.  Creo que nunca se lo he dicho pero ¡Cómo admiro su temple!  Nos sacó como estábamos, a medio vestir, tranquilizándonos.  Siempre ha sabido reaccionar ante la crisis.  ¡Que mujer...!

Recuerdo el pánico en los demás.  La imposibilidad de bajar ante una única escalera serpenteante a riesgo de caerse en cualquier instante.  Y en medio de los gritos y llantos histéricos, su voz serena.   "Tranquilos... tranquilos, estamos juntos".  También pensaba en él.   "Va al trabajo en el carro" pensaba.  "Sus pies... él no puede caminar rápido..."  Habiendo padecido Guillén Barré de joven y después de vivir un tiempo en un pulmotor, sobreviviendo en condiciones extraordinarias, la vida y la enfermedad si habían dejado una pequeña cuota.  "Él no puede correr" pensaba.  "Cuídalo Diosito".  Si, la fe, cualquiera que sea, se activa en ese momento, a la par de la multitud de pensamientos que nos invaden.

Después, recuerdo un breve silencio que precedió a los gritos, las sirenas, el barullo en general.   Mi madre revisó a vuelo de pájaro el edificio y regresamos con ella al departamento a formar un kit de supervivencia.   ¡Qué mujer!  Tiene cabeza para todo.  "Hay que estar listos.  Hay que esperar a que tu papá se comunique.  Roberto, ponle las pilas al radio y busca una estación en la que estén hablando..."   Esa mujer era como un comandante y nosotros como soldados entrenados a la perfección, obedientes, eficientes.
El teléfono de disco, aún no recuerdo si funcionaba o no, pero sé que en algún momento pudimos comunicarnos con mis abuelos.  Estaban bien, después supimos de papá.  Iba manejando pensando que debía meter el carro al taller a la alineación y balanceo, hasta que se dio cuenta de que estaba temblando.

Tengo recuerdos confusos de ese tiempo.  El sismo, el mundial, la muerte de mis hermanas, después la enfermedad y muerte de mi abuelo, una posible mudanza a otro estado, todo eso forma un cúmulo de recuerdos desordenados que vienen como especie de flashback y tratan de unirse para construir una historia, una parte de mi infancia.

Pero una de las cosas que recuerdo con la misma intensidad que el instante mismo del terremoto es lo que me hizo escribir hoy, lo que me hizo escribir por primera vez sobre mi experiencia en el sismo del 85.
Recuerdo al pueblo de México moverse como uno solo.

Hablamos todos los días de corrupción, de muerte, de deshonestidad, de violencia e incluso llegamos a creer en ese momento que no tenemos remedio como nación.  Y entonces sucede algo así.  Llega una tragedia y México se vuelve uno.  Obviamente con sus discrepancias, sus errores, pero ves a la gente abriendo sus casas, vaciando sus despensas, ves al que nada tiene, dándose a sí mismo para ayudar.

Después de la angustia de saber cómo estaba mi papá.  Cuando finalmente llegó y solo quería que esos cuatro que éramos pudiéramos abrazarnos y no soltarnos nunca, el doctor Figueroa dijo:  "Vamos a la delegación.  Hay que ver en qué podemos ayudar."
"¿Es en serio papá?, ¡acabas de llegar! ¿Vamos a salir asi?" pensaba mientras mi papá tomaba algunas cosas y bajábamos rumbo a la calle.

Llegamos y lo vi.  Cientos de personas movilizadas ayudando.   Mi mamá clasificando cerros de ropa, organizando cual sargento que es, a otros voluntarios.   Mi papá sentado en no sé que cosa ante montañas de medicamento, clasificando:  Caducos, útiles, analgésicos, antibióticos..."

De pronto me acostaron en una barra. El sueño me vencía.  Una de las veces que desperté vi a un hombre con un depósito lleno de café y vasos en la otra mano repartiéndolo.  Silencioso, sin esperar aplausos ni gratitudes.  Igual que todos los demás.  Así, igual como lo veo desde ayer con todos los voluntarios.

Exactamente a 32 años.    La naturaleza tiene un humor bastante negro.  No sé por qué suceden así las cosas.  Rebasa mi entendimiento pero veo las noticias, veo Twitter, Facebook, desbordado de personas dando ayuda con sus recursos.  Desde el que abrió sus redes y puso a disposición del público usuarios y contraseñas para que se comunicaran o quien preparó alimentos, quien removió escombros.  Aquellos privilegiados de recursos económicos que pusieron su patrimonio de años a servicio de las víctimas del siniestro, hasta aquel que dio un abrazo, que escuchó en silencio a alguien, que ofreció un té en su casa o su baño.  Aquel que no durmió por poner su conocimiento de Ingeniería a disposición de los demás para asesorarles y por medio de fotografías, evaluar grietas en paredes para determinar si podían o no permanecer en esos inmuebles.

Vi de nuevo el "Esto tengo, esto soy, ¿En qué puedo ayudar?"  Vi a mi pueblo, al de verdad.  Vi el corazón de México latir por todos. Ví a mi país que puede moverse como un solo ser.  Si, yo estoy hasta el norte ahora, pero mi corazón está allá, con mi familia que por fortuna está bien, con aquellos niños y aquellas maestras.  Me vi en ellas y pensé en la responsabilidad de tenerlos, me vi en las madres enloquecidas por saber de sus hijos.  Busqué las formas en las que yo puedo sumarme y ayudar.

Anoche acostaba a mi hija después de leerle su cuento y me quedé "¿un ratito pequeñito asi, shi, mamá?" como todos los días.  Pero ayer no fue un ratito pequeñito así.  Esperé a que se durmiera.  Acaricié su rostro mientras las lágrimas corrían por el mío.  Agradecí a Dios por estar  bien y envié un deseo al universo, una plegaria por todos aquellos que fallecieron, por los atrapados, por los enfermos y lesionados.
Besé a todos esos niños mientras posaba mis labios en la mejilla de mi hija.  Buenas noches hermoso Pueblo mío, Nación de valientes, hombres y mujeres de bien.  Buenas noches a todos y Fuerza México.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

La mañana siguiente.


Pasaba la escoba silenciosamente por el inmenso salón.  De cuando en cuando se detenía y admiraba los grandes ventanales vestidos por bellas y elegantes cortinas.  Reanudaba su tarea.  El ruido de la escoba contra el suelo le recordaba el sonido de los pesados y fastuosos vestidos de fiesta al moverse al son de aquellos valses y minués.

Las partículas de polvo a contra luz, los reflejos de los cristales del candelabro, el eco de sus pasos... todo le causaba demasiada nostalgia, qué ajeno le parecía todo ese ambiente.

Y sin embargo, si cerraba los ojos, casi podía escuchar la música llenando el salón, sentir el denso ambiente formado por la mezcla de perfumes, pero sobre todo, podía verlo a él atravesando la habitación y extenderle la mano para llevarle por toda la pista de baile flotando entre sueños y nubes.

Suspiró y abrió lentamente los ojos,  en verdad lucía tan distinto ese lugar, como si un universo alterno se presentara ante ella, como si la historia pudiera haber sido otra.
La verdad es que ya no había más baile, la mañana iluminaba descarada cada rincón de la casa.
Aún sentía el peso de la zapatilla y sin embargo todo era igual que antes.  Tomo de nuevo la escoba y continuó su vaivén, no sabía que más hacer.  Nadie le dijo que debía pasar cuando se terminara la música.

domingo, 27 de agosto de 2017

Creación

Ven, acariciame las letras, léeme tranquilo, sin prisas.
Toca cada una de ellas con cadencia, pronúnciame.
Ve dibujándome poco a poco,
que tu voz y tu lengua 
desprendan mi cuerpo de las hojas.
Acomoda todas mis líneas.
Juega a moldearme cual artesano

Vuélveme corpórea con tus ojos, con tu mente
y entonces si, deja que tus manos me exploren,
me reconozcan, me encuentren.
Háblame al oído, regrésame mis ideas,
observa cómo se forma mi mente, mi pensamiento.

Junta tus labios con los míos y dame el aliento de vida.
Soy tuya, soy tu creación.
Bebe de mis suspiros y exhala e inhala mi aliento.

Dale faena a mi cuerpo, a ese que has formado
Y después de tomar mi esencia, al final,
en ese instante en que parece que se anuncia la muerte,
entonces y solo entonces dame esa palabra
y reposa conmigo mirando el cielo que hemos creado.

martes, 15 de agosto de 2017

Recordándote.

Hay días en los que te extraño más.  En los que quisiera andar de nuevo en aquellos pasos.  En esos pasos de niña, en la luz de mi infancia.

Quisiera recorrer esas calles que antes no eran tan estrechas, bajo la sombra de los árboles que me parecían tan inmensos.

Oír el ruido de los autos de camino al mercado, llegar a esa casa y poner mi pequeña cesta llena de fruta fresca en la mesa  y jugar a ser como tú.

Hay días en los que me siento mirando al cielo y pienso en contarte todo lo que me pasa, en los que daría todo por un par de horas para conversar sobre lo que ha sido la vida desde que tú partiste.  Y días en los que solo falta verte para estar  segura de que a veces te paseas por aquí y te ríes de las cosas que hago.

Días en lo que me encantaría que la vieras.  Que la miraras correr y te dieras cuenta de lo mucho que se parece a ti, tanto que a veces creo que has mandado un pedacito tuyo en ella.

Si, hay días en los que te extraño más, en los que los colores y los aromas me llevan a tus recuerdos, en los que casi puedo escucharte canturreando chan, chararan chararan chararan, mientras me tomabas con tus manos de abuela y me bailabas, días en los que anhelo profundamente que pudieras cantarle a ella.

Si, hoy es un día de ésos.

lunes, 17 de julio de 2017

Domingo

Domingo por la mañana.   El sol apenas sale y oigo tus pequeños pies correr traviesamente antes de que caigas sorpresivamente en nuestra cama.  Tu risa ilumina el nuevo día y hace que abramos los ojos definitivamente.

Tu pijama de flores, tus piesitos descalzos y tu cabello largo en libertad.  Los domingos por la mañana eres toda felicidad, toda juegos, toda risas, toda tú.
Juntos en la cama, gozamos ser familia.  Brincas sin piedad entre y sobre nosotros y en momentos te recuestas y platicas.   Tu voz cantarina armoniza la mañana, inventa cuentos, platica historias, pregunta cosas y nos hace felices.

Preguntas a dónde iremos mientras invades la sala de juguetes.  Tomas tu espada y tu caballo y decides que aún queda tiempo de cazar uno o dos dragones antes del vestido y los moños.

Parte de mi quisiera que no crecieras. Que diario fueras guerrera, cocinera, mecánica o constructora.  Que cayeras de golpe sobre mi cama a jugar a las cosquillas, que pudiéramos reír y leer cuentos cada noche.  Que siempre cupieras en mi regazo.

Pero sé que el tiempo no se detiene, que seguirás creciendo sin remedio, así que me quedo con cada domingo por la mañana, me guardo por siempre tus risas cotidianas.

miércoles, 5 de julio de 2017

Madrugada

Abro mis ojos, que lentamente se acostumbran a la oscuridad.  Aún no amanece, no es tiempo todavía.
Los sonidos  monótonos de una habitación en horas del sueño me acompañan y entre todos, me cautiva tu respiración.  Esa evidencia de que estás a mi lado.

Te miro.  Cada uno de tus rasgos.   Tus ojos cerrados, tu pecho que asciende y desciende  con ritmo.  Tus labios entreabiertos guardando un beso pendiente.  Quiero tomarlo pero temo despertarte.
Veo tus brazos y pienso en cobijarme en ellos, pero descansas tan tranquilo que no me atrevo a tocarte.  Al menos no con las manos, aunque mis ojos y mi alma te recorren incesantemente.

Intento dormir.  El día aún tarda en llegar.  Hay tantos planes para esa mañana que no termina de llegar.
Cierro los ojos y comienzo a sentir como va cayendo el sueño y de pronto, dormida me acerco a ti.
Me sientes y despiertas.  Me rodeas con tus brazos y me acercas más a ti y me vuelves a amar.  El día nos alcanza, el sol travieso se cuela por las cortinas y nos saluda.
Hoy es un nuevo día.  Tomo ese beso pendiente y por mientras te dejo un "buenos días" en su lugar.

viernes, 30 de junio de 2017

Encuentros

Ella está sentada en un café.  Saca su libro y pretende leer aunque su corazón está a punto de salir corriendo de su pecho.
Cada vez que cambia la página, mira esa puerta esperando verle salir.
Cientos de viajeros salen y son recibidos con sonrisas, largos abrazos y besos.  Ella guarda unos para él.

Mira el reloj nerviosa y espera.   Nunca le han parecido tan largos los minutos ni tan chocante la espera.  Cree mirar su rostro y su andar en cada persona que avanza entre el gentío.  Decide guardar el libro.  No sabe lo que le dice, no puede pasar de la misma línea, solo puede leer el reloj y los crueles minutos que no pasan.

De pronto, ya desesperada de mirar cada instante y un tanto distraída, voltea casi sin mirar.  Y entonces sucede.  Pasa caminando rápidamente con sus ojos ávidos de verla.  Tanto deseaba encontrarla que pasó sin verla, tanto lo esperaba que lo perdió de vista en el instante en el que guardaba el libro.

Pero el amor no se deja engañar por las trampas del destino.  Ella lo sintió llegar y él se detuvo a buscarla. Ella corrió a su encuentro y lo rodeó con sus brazos.  Lo llenó de besos guardados, acumulados por horas, por días y meses.  Él la tomó de la mano para no soltarla ya.  Se fueron caminando,  adueñándose del lugar, de los días, de las horas.  Corrieron juntos a robarle tiempo a la vida.

viernes, 23 de junio de 2017

Sueños

Soñó que él venía y se recostaba en su valle, que aspiraba el aroma de la tierra, de su tierra, que rogaba a diario para que viniera y derramara su lluvia.
Contemplaban el cielo infinito, dibujando y jugando con las nubes mientras el atardecer estallaba en rojos, rosas, naranjas, amarillos y violetas.

Si. Soñó toda la noche que llegaba y le cubría de estrellas el cuerpo entero. Que compartía cada una de sus constelaciones; que se hacía suyo y le tomaba para sí.
Que juntos se volvían luz, viento, sal. Y que al fundirse, sus risas, sus voces se volvían una sola, que sus ojos contemplaban el mismo universo y su piel sentía el mismo calor.

Soñó que le daba una estrella para que anidara en ella y la llenara de luz y polvo estelar. Soñó que estaba por siempre dentro de ella.

Entonces sonó el despertador y un nuevo día comenzaba.  El sol entraba por la ventana y los pájaros trinaban como todos los días.
Lentamente abrió los ojos, solo para sentir como por ellos se escapaba su estrella.

Aún así, supo que el día no podía robarle su presencia pues la vida misma estaba llena de ella.
Que él en realidad, no venía por las noches, sino que de hecho siempre habitaba ahí, dentro de ella.

jueves, 18 de mayo de 2017

Inicio

Se paró en el umbral y contempló esa casa vacía. Cuantas cosas habían escuchado esas paredes. Cuantas cosas habían presenciado en silencio como testigos mudos de una vida completa.

Qué distinta era la luz ese día, no iluminaba como  en el primero. Sentía un poco de alivio y nostalgia a la vez.  Soltar algo no siempre es fácil, se dijo,

Había llegado a ese punto, al fin sabía lo que quería.  Dejó las llaves sobre la mesa y tomó su equipaje esperando que aún  no fuera muy tarde para alcanzar sus sueños.

lunes, 17 de abril de 2017

Diversidad

El amor viene en diferentes presentaciones.
Si, así como suena de trillado. Resulta que este tipo sabe disfrazarse bien.  Tan atrevido, tan temerario, tan necio a veces, suele jugarse todo sin conocer o siquiera vislumbrar una parte del resultado a obtener. Y entonces se va tras de unos ojos o una sonrisa que le resultan irresistibles y se la juega a un volado: cara, dicha y felicidad;  Cruz, andar penando por calles oscuras.

Otras veces, juega a lo seguro. Decide que esa vez caminará sobre suelo firme, que no arriesgará y apuesta a lo que ya sabe que le hará ganar.  Se disfraza de amor de madre.  Y reposa en la mirada de tantas que ven a sus pequeños dormir el sueño de los benditos, sintiéndose cobijados por el alma de aquella que los acunó y protegió desde que llegaron a este mundo.

Sin embargo, es más complejo aún.

El amor viene en diferentes presentaciones, cada vez estoy más segura de ello.
La pareja que vive y respira tomada de la mano.  La pareja que se ama profundamente en libertad, la que se ama en silencio, la que se ama sin que nadie más se de cuenta. Los que se aman en secreto, los que escandalizan al mundo con su amor y se aman más que muchos. Los que aman como si cada día fuera el último.

Los padres que aman a morir. Los niños que aman a sus padres y adoran a los abuelos junto con los días soleados, el verano, el recreo, los perros, las tortugas y la vida misma.
Los abuelos que aman a los hijos y adoran a los nietos.

Aquellos que aman al saber y el conocimiento.  Los misericordiosos llenos de gracia que aman a los que más necesitan ser amados. Los que se aman a sí mismos, para bien o para mal.
Los que aman a las cosas más que a las personas. Los que aman a Dios.  Dios que los ama a todos.

Tú y yo que nos amamos de esa manera única e irrepetible.  Cada tú y cada yo que existe.

Lo dicho, el amor viene en diferentes presentaciones...

jueves, 30 de marzo de 2017

Lugar feliz


Sentada en ese nuevo lugar al que tus pasos me llevaron, no puedo sino pensar en las vueltas que la vida, el destino o el tiempo dan y hacia donde nos conducen.
Miro a mi alrededor y de pronto no parece real.  Apenas la noche anterior me deshacía en suspiros mirando la luz de la calle y escuchando los ladridos lejanos de los perros y uno que otro auto extraviado en la madrugada y sin embargo hoy estoy aquí.  Me pongo de pie y comienzo a recorrer ese espacio feliz que guarda tantas risas y miles de palabras.

Mis pies se posan en tus huellas y cierro los ojos para sentir los rayos del sol que caen sobre mis hombros semejando tus brazos rodeándome.  ¿En verdad es necesario que los abra? ¿Puedo quedarme un rato más así, sintiéndote?
La brisa matutina desordenando mi cabello y el olor del césped húmedo me traen de regreso. Sonrío tonta y nerviosamente al notar que los caminantes cotidianos me miran extrañados.  "Lo se, si fuera usted pensaría lo mismo" escucho a mi mente decir.

Una pequeña risa tonta y nerviosa se me escapa. Vuelvo a sentarme y juego a imaginarte ahí sentado como tantas veces lo estuviste. No puedo determinar si te fundiste aquí  o este sitio habita dentro de ti, solo sé que te siento,  que tu presencia inunda este lugar y que me siento feliz de haber venido.

Cierro mis ojos para confirmar que he guardado cada pedacito en mi memoria mientras te envío un te amo en un suspiro que se lleva el viento.  Los abro y nuevamente se dibuja una sonrisa en mi rostro mientras me despido: Hasta la próxima, algún día volveré...

martes, 7 de marzo de 2017

Errante

Antes era dueña de sus palabras.  Escribía lo que pensaba y sentía.  Andaba por ahí coleccionando
vivencias para capturarlas con su pluma más tarde. Lo contaba y era feliz.  No le importaba quien le leyera, escribía para ella y para nadie más.  Entonces comenzaron a leerla y ella lo descubrió.  Se sintió profundamente halagada.  

De pronto, se vio cuidando las formas, ocultando sus pensamientos de los demás, cuidando  todo de aquellos que le leían, hasta que se sintió vacía y la escritura le abandonó.

Hoy vaga por ahí y a veces le alcanza una que otra vivencia, pero como las letras ya no le pertenecen, las mira de lado y recuerda cuando las palabras eran suyas y le acariciaban.

martes, 28 de febrero de 2017

Horizonte

Se encontraron una vez por casualidad.   Ahí donde se encuentran los vientos.  Apenas se miraron y fueron atraídos por un extraño y poderoso magnetismo.

Paseaban en el límite del horizonte riendo, siendo felices como ninguno lo había imaginado, en ese lugar de existencia imposible que parecía en instantes tan real y tangible.

Se sentaban al filo del horizonte a contemplar la partida del sol, mientras jalaban la luna y acomodaban una a una las estrellas.
Ella jugaba con sus constelaciones, las unía con sus dedos y sonreía.  Él la miraba y suspiraba. Se arrullaba con su risa.

Pasó el Tiempo relativo que bien vuelve los años minutos y los segundos, años y sin que ellos se dieran cuenta, se robó todo el azul de sus días, toda la luz y sus estrellas.

Así anduvieron en ese espacio utópico, viviendo de sueños e ilusiones, hasta que el Tiempo, acompañado de Realidad, juzgaron como afrenta el robo de sus atributos. ¿Quiénes creían que eran para tomar el tiempo que nos les pertenecía? ¿Qué les hacía pensar que podían crear una realidad ajena a ésta?

Fue entonces que se quejaron al Cielo.  Él los oyó pacientemente.  Sabía que sus quejas eran certeras, sabía de lo que hablaban.  Había hecho la vista a un lado cuando se sentaron a la orilla del horizonte; cuando jugaban con sus astros cual niños inocentes.
La verdad era que Cielo se encariñaba fácilmente con los enamorados.  Tenía debilidad por los soñadores.

Sin embargo, debía actuar retribuyendo el daño a Tiempo y Realidad, así que después de pensarlo un poco, decidió el castigo a otorgar: "los desvaneceré y vagarán sin fin por la inmensidad"
Los acusadores se fueron conformes al escuchar la sentencia.  Cielo tomó a los acusados convirtiéndolos  en aliento.  Los transformó en nubes viajeras.

Desde entonces, vagan por el cielo tomados de la mano, mientras el viento juega con ellos y les acaricia.  Corren de un lado a otro persiguiendo felices el horizonte, unidos para siempre, mientras Cielo les contempla sonriendo.

lunes, 27 de febrero de 2017

Silencio

Rescátame del silencio.  Si me ves callada o ausente; rómpelo, termínalo.  El silencio no es mi mejor amigo.  Me acompaña con frecuencia.  Se sienta en mi hombro y comienza a hurgar en mi mente.  Escarba y escarba, mueve por aquí y por allá y se sienta cual Nerón a ver como arde Roma.

El silencio y mi mente juegan a crear historias.  Son como dos exploradores frente a una fogata creando cuentos de miedo para asustar a los demás, lográndolo a la perfección.
La niña de mi cabeza se sienta en un rincón, se abraza de las rodillas y ruega por que salga pronto el sol.  Escucha atenta la llegada de la aurora, buscando oír el trino de las aves celebrando el nuevo amanecer.

El día llega con tu voz que desarma el miedo.  Esa voz que separa la mente del silencio y la distrae.  Entonces ella se da cuenta de todo.  Te escucha y te mira.  Se acuerda que a veces es feliz.

Ven, rescátame del silencio, rómpelo, desgárralo, termínalo.  Ayúdame a engañar a mi mente. Ayúdame a hacerle creer que aún es de día.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Herencia


Margarita está linda la mar, 
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento...

Ahí estaba de pie. Con el libro de poesías del abuelo en la mano leyendo mi poema.   Leía unos cuantos versos y me miraba.  Yo sentía que no existía nadie más. Y después cerraba mis ojos imaginando ese palacio de diamantes, la tienda hecha del día, el rebaño de elefantes, el quiosco de malaquita, el manto de tisú y por supuesto esa gentil princesita tan bonita, tan bonita como yo.

Recuerdo incluso cuando leí un fragmento del poema en un libro de texto, que sentí como si hubieran tomado algo mío sin permiso.  Nunca antes lo había leído impreso, siempre del libro de mi abuelo, transcrito a mano con su pluma y tintero con una perfecta caligrafía.  Recuerdo también haber pensado: "Pero yo me la se completa, desde hace mucho..."

La poesía me ha acompañado durante toda mi vida.  Pero Rubén Darío sería el primer poeta que conocería en la voz de mi padre. Y tantas veces la escucharía hasta quedar grabada en mi memoria.  Después elegiría mis poetas, mis poemas, sin embargo, ése sería el primero, el más querido, el más especial.

Pero esta noche te tengo en mi regazo.  Pides tu cuento de todas las noches pero caes de sueño.  Decido no leerte.  Tan solo te digo: "Hoy te contaré algo, algo que me contaba tu abuelo cuando era niña...". Y comienzo.  Y conforme avanzo, voy regalándote un trozo de mi infancia, y dejo de ser la princesa y comienzas a ser tú.  Acaricio tu nariz mientras empiezas a quedarte dormida y mi garganta se va cerrando mientras lágrimas llenas de recuerdo y nostalgia se asoman a mis ojos. 

Miro tu sonrisa mientras repites "elefantes" casi en sueños.  Te amo tanto. Me sorprende cuántas memorias felices guardan esos versos.  Hoy ha venido tu abuelo a contarte un cuento.  Ésta es mi herencia, te doy mi poema.  Te lo doy para que lo sueñes, te lo doy para que lo aprendas, te lo doy para que algún día cuando lo escuches o lo leas, tengas un feliz pensamiento para aquella que un día quiso contarte un cuento...

martes, 14 de febrero de 2017

La fotografía que nadie ve.


Las fotografías, sin duda, permanecen como el testimonio de que algo fue real, que existió.  Como una ayuda mnemotécnica que evoca una historia completa, así cuando las mostramos, nos escuchamos decir: “y aquí estamos en tal lugar.  Recuerdo que ese día…” y comienza la historia a ser narrada.   Resulta sorprendente cómo cabe tanta vida en un pequeño cuadro inmóvil.   Lugares enteros, seres complejos, historias prolongadas, todo se encuentra ahí, listo para ser contado, para ser revivido.

Sin embargo, existen también otro tipo de fotografías, que  a pesar de llevar contenidas historias, personas y lugares, suelen llevar una carga en sí.  Son aquellas fotografías que nadie ve. Puede que sea porque pertenecen solo a alguien y no pueden o quieren ser compartidas, o porque fueron aquellas que debieron ser tomadas y nunca lo fueron, siendo su existencia perteneciente a los campos de la memoria.

Entonces en esos momentos de quietud, donde mi la mente se recrea paseando en sus propios senderos, pienso en esas fotografías, en esas memorias icónicas que nadie ve y viene una en particular.
La miro, nos miro.  Abrazados, sentados en una banca de parque sonriendo.  Sonriendo al grado de casi estallar en luz, siendo felices de estar por fin juntos.   El césped y los árboles de un  verde brillante de fondo, la luz del sol iluminando nuestros rostros.

Todo comenzó con un saludo, un café en una tarde lluviosa, una mandala en la madrugada, un puñado de historias compartidas y poco a poco, las cosas nos llevaron ahí, a encontrarnos  en ese lugar.  Nos miramos apenas y de pronto lo supimos todo.  Nos abrazamos con nervios, no estábamos seguros de lo que pasaría, solo sabíamos que ese tiempo y ese lugar sería nuestro, siempre nuestro.

La miro de nuevo ¡Qué sonrisas más grandes!, cuánta luz.  Colores tan brillantes.  La felicidad plasmada en una imagen.
Éramos unos extraños conocidos hasta esos días.   Y sin embargo parecía como si nos conociéramos de toda la vida.  Como si nos hubiéramos encontrado después de habernos estado buscando por largo tiempo.

Días llenos de primeras veces pero hablando como viejos amigos, todo tan maravilloso, tan nuevo y a la vez tan cotidiano.

Anduvimos por calles que mis pies redescubrían, corriendo  y riéndonos como niños.  Paseamos tomados de la mano, mirándonos en silencio y diciéndonos todo del alma.  Compartiendo suspiros, contándonos nuestra historia y escribiendo capítulos nuevos.

Recuerdo sentarnos en una banca bajo los árboles a descansar.  Me recargué en tu pecho mientras tu voz me acariciaba.  Hablabas de lo bonito que era el lugar.  Escuchábamos los pájaros a lo lejos, mientras decías que parecía un sueño, un sueño  casi imposible cumplirse.

Me arrullaba el latido de tu corazón, mientras sentía el calor de tu abrazo.  Por un instante imaginé que ese momento podría ser la realidad y no un paralelo en nuestra vidas, no tiempo robado, tiempo nuestro. 

¿Te imaginas una foto así? pregunté. ¿Un recuerdo que pudiéramos llevar con nosotros por siempre? Tú sonreíste y juntos miramos al horizonte, pensando en silencio, deseando que fuera verdad y no solo un sueño.

(... Te amo)

Meditando

En esta noche de insomnio pienso en ti y en lo que siento. Surge una idea en mi mente,  me detengo y saboreo la pregunta.  ¿Por qué te amo?

Te amo porque siempre te he admirado.   Porque para mi no hay nadie más inteligente, más ingenioso, más culto, más brillante que tú.

Porque tus palabras llenaban mi cabeza y acariciaban mi oído durante tantas y tantas horas después de que nos despedíamos y aún lo hacen.
Porque tus manos semejan alas que vuelan para hacer mil cosas, porque parece haber magia en ellas para transformar cualquier cosa en algo sorprendente.

Te amo, porque hasta este punto en la senda de mi vida, no he conocido a nadie más íntegro, porque has vivido conforme a tus ideas y a tus creencias a pesar del costo que tengan.

Porque el entusiasmo que das a tu labor y al aprendizaje me ha sorprendido cada día.   Porque todos los días me enseñas algo, porque cada vez soy mejor gracias a ti.

Te amo por ese brillo en tus ojos cuando me miras, por tu sonrisa de lado, por el cobijo que tu voz me da, por el refugio de tus brazos.

Te amo porque conoces mi alma.   Porque puedes ver los abismos de mi ser y aún me sonríes, porque se que puedo desnudar mi corazón  y mi mente bajo tu resguardo.

Te amo porque  hay veces que no es necesaria ni una palabra para que te escuche, porque a veces te siento con el alma.

Te amo por la persona que soy contigo, y por la que piensas que soy, también por ésa te amo.

Te amo porque creo que me fue dado amarte por el universo, porque el destino nació para que estuviéramos juntos en él.

Te amo porque me sentí renacer en el momento en que te conocí y te amé.

miércoles, 11 de enero de 2017

Mariposa

Ella no le conocía.  Solo la vio en un principio volar coquetamente y llenar de destellos el cielo al atardecer.  Un día le miró con admiración jugueteando entre las flores contenta.  Jamás hubiera imaginado lo profundo de sus heridas.

Siempre la había visto volando en lo alto, acariciada por los rayos del sol, nunca tan de cerca.  Pero estaba ahí y sin temor se había aproximado.  Entonces le vio.  Era tan bella, tan llena de matices.  Ahora que podía contemplar sus alas extendidas lo notaba más.   De pronto se dio cuenta.  Una de sus alas estaba rota.   Quiso tomarla en sus manos, acunarla, protegerla mientras sus heridas sanaban, pero temió que sus manos fueran demasiado duras, demasiado torpes para cuidarla.  Temió hacerle más daño al tocarla para guarecerla, que sintiera que pudiera robarle su libertad sin saber que ella solo quería darle un refugio de paz para que reposara.

Se quedó mirándola deseando que comprendiera sus pensamientos, que sintiera la paz que le ofrecía.  Se sentó en la hierba brindando su mano, extendiéndola tímidamente, para cuando ella se sintiera lista para volar hacia la calma que le ofrecía.

miércoles, 4 de enero de 2017

Nacimiento

Estoy parada frente al espejo.  Me miro y me preparo para ese momento.  Hace tiempo que llegaste a mi vida y quiero celebrarlo.  Quiero llevarte en mi,  quiero tenerte en mi cuerpo.
Cosa extraña es la maternidad que incluso no llega a todos los vientres, a veces por destino, a veces por decisión y a veces porque la vida te guarda para ser atada del corazón, no lo sé,  solo estoy segura de algo: quiero llevarte conmigo, quiero sentirte siempre.

Veo la imagen y me parece perfecta.  Es tan juguetona, tan libre, tan soñadora, tan tú.  Me recuesto y me preparo para grabarte en mi  piel.
Viene el inicio, un poco de dolor, pero ser madre duele un poco.  En ocasiones, los anhelos del corazón duelen al llegar al mundo.

De pronto siento como naces, como te formas en mi y me conmueve profundamente.  Pienso: este es mi parto. Naces en mi, de mi.  Las lágrimas inundan mis ojos.  Mi corazón se llena de una dicha cálida que se expande por todo el cuerpo. Ha terminado.  Te miro.  Eres tan bella, flotas en libertad pero siempre mirando a casa, a mi corazón.  Una sonrisa se dibuja en mi rostro, mientras te llevo por siempre conmigo.