martes, 29 de mayo de 2018

Confesiones nocturnas.

"¿Crees que no lo sé ya?  ¿En verdad me crees tan torpe e ingenua? Lo sé.  Desde hace mucho tiempo.  No fue difícil ¿sabes? Fue tan evidente todo.  Tus cambios de humor, de apariencia.   Ésas sonrisas que te delataban.
Te miraba sentada desde la barra de la cocina mientras sonreías enajenado.  Hubiera dado todo lo que poseía en ese momento por tus pensamientos.  "A penny for your thoughts, dice la frase, no?"  Hubiera dado miles.
Tus escapadas misteriosas, las veces que bajabas la voz al contestar el teléfono.  -"¿Todo bien?"-  Te preguntaba,  -"Si.  Cosas de la oficina..." Carraspeabas nervioso.

Recuerdo nuestros primeros días.   Todo parecía posible, todo era tan luminoso, tan perfecto.  Solo que tarde descubrí que la perfección  y el "felices para siempre" no existen ni remotamente.
Quisiera saber dónde fue que se rompió esto, en qué momento ya no fue suficiente,  cuando dejé de ser tu reposo, tu hogar. O quizás solamente sea una etapa... no lo sé.  Creo que de tanto pensarlo, cada vez me resulta más confuso.

Al principio, ni siquiera lo noté, debo confesarlo.  Fue hasta que resultó evidente esa sonrisa estúpida frente al teléfono.  Ésa que hacía años no te veía, ésa que sabía que no era para mí.  Y aunque veía todo, me negaba a creerlo.  Hasta esa noche en que dormido dijiste su nombre.
Escucharlo, fue como sentir que caía plomo derretido en mis entrañas.  Fue tan terrible, tan doloroso y la vez, todo se volvió tan claro, incluso lo que no quería ver.  Me sentí loca de celos, de ira, de dolor.  Pero más sentí el abandono, junto con todo lo que perdí en el camino.

¿No lo sabías? Pues si, la llamabas en tus sueños, diciéndole mil nombres cariñosos.  Palabras que me sonaban de otro tiempo.  Y te odié.  Y a ella junto contigo.

No.  No me digas nada.  ¿Cómo podrías negar lo evidente? No insultes a mi inteligencia, no te atrevas a decirme que no es lo que parece.  Si lo es.

¿Que si qué va a pasar ahora? Nada del otro mundo.  Tu maleta está lista.  Mañana sales de mi vida, al menos físicamente.  Y pues, de aquí adentro, a ver cuando.  Por el momento es todo.  Es tiempo de decirte adiós, es tiempo de cuidar de mí y dejarte ir."

La penumbra en la habitación disminuía.  Ni siquiera se había dado cuenta de la hora. Estaba por amanecer y ella seguía ahí llorando en silencio, sentada en la cama; contemplándole dormir en santa paz, sonriendo, soñando con aquella cuyo nombre pronunciado en sueños le hacía sonreír, mientras el mundo  que ella creía seguro, se caía a pedazos. Ahí seguía, repasando una noche más la despedida que le diría si tuviera el valor suficiente para descubrirle su engaño y echarlo para siempre de su vida.