domingo, 21 de junio de 2020

Nuestra última fotografía.

Sé que no te gustaba tomarte fotos, aunque nunca entendí muy bien por qué.  Recuerdo muchas de las tuyas, de niño y de cuando eras joven, pero en algún momento, dejaste de hacerlo.  A veces pienso que no te gustaba ver cómo los años pasaban por tu rostro.  La verdad, nunca te pregunté, no porque no quisiera hacerlo, simplemente no lo consideré necesario.  De hecho, hay tantas cosas que nunca te pregunté y ahora lamento no haberlo hecho.

Sin embargo, recuerdo que aceptaste tomarte una foto.  Fuimos todos a cenar.  Ese día fue uno de los más accidentados que he tenido.  Literalmente. Te llevaste a mi hija por un helado sin avisar y casi morí del susto, recuerdo lo mal que te sentiste y cuantas veces te disculpaste.  No era necesario, ella estaba feliz de haber ido de paseo con su abuelo.
Más tarde fuimos al teatro y gracias a mis “hábiles” pies y a los saltos de tu nieta, rodé por las escaleras a media función. Medio teatro se dio cuenta de mi caída, además de acabar en ropa interior delante del paramédico.  ¡Qué vergüenza!

Salimos y seguiste disculpándote, no había caso, solo fue el susto. Para limar asperezas (te regañó todo el mundo…) fuimos a cenar a una pizzería.   Para tu nieta, todo fue fiesta y risas ese día.  Nos reímos al recordar todo el estrés, nada pasó y todo fue solo una anécdota.  Para recordar ese dia, dije: “¡Vamos a tomarnos una foto!” y pronto nos acomodamos para la clásica selfie.  Tengo dos fotos de ese día: una con todos juntos y ésta otra, solo tu nieta, tú y yo.  Es nuestra última foto juntos.  En ese momento, no pensé ni remotamente que sería en verdad la última que tendríamos.  Hace días la encontré y no pude evitar las lágrimas.  ¡Dios, a veces no soy consciente de cuánto te extraño!  Sin embargo, es increíble el poder que guarda una imagen, y lo valioso que es poder capturar esos momentos para preservar una memoria que no sabemos si será la última.

domingo, 10 de mayo de 2020

¿Qué recuerdo tienes de tu mamá?


¿Qué recuerdas de tu madre? ¿Cuál es la memoria que más atesoras?  Yo tengo varias: las idas al parque con las bicis, la pizza y flan el día de mi cumpleaños y tantas más.  Pero hoy recordé algo que me conmovió mucho. 
Cuando mi abuelo estaba internado en el hospital por un cáncer terminal muy fuerte, ella iba algunos días a cuidarlo.  Uno de esos, venía regresando y yo veía en su rostro la tristeza y el cansancio.  Lo entendía, como lo entiende alguien de nueve años, quizás no por completo, pero sabes que tu madre está triste.
En medio de todo lo que atormentaba su cabeza y su corazón, comenzó a sacar algunas cosas de su bolso.  Y de pronto, ví un gesto de alegría fugaz que se apagaba y se convertía en una mueca de decepción en un instante.
Sacó con cuidado un pequeño vaso desechable que tenía dentro un pequeño pollito hecho con pompones.  Los había visto en la entrada del metro de regreso y lo compro para mí.  Le entristecía, porque el vaso que le habían puesto a modo de escaparate se había rajado por los apretujones en el metro en hora pico.
A mí se me hizo muy lindo y solo le quitamos el vaso roto y se quedó durante mucho tiempo en mi escritorio.  Ahora que lo pienso eso es lo que me sorprende de ella, siempre tiene tiempo para pensar en los demás.  Es generosa, y ama profundamente a los suyos. Y aún ahora a donde sea que vaya, siempre me trae algo.  Grande o pequeño, no importa, sé que dónde sea que esté, ella piensa en mí.
Y también ha demostrado que daría su vida por defenderme. 

Todo mundo piensa que su madre es la mejor del mundo y yo no soy la excepción.
Todo lo que sé acerca de ser madre, lo aprendí de ella.  Y mi corazón la ama profundamente aunque a veces cometo el error de no decírselo con frecuencia.
Sin embargo, este día es un pretexto perfecto para hacerlo.

Mami, gracias por ser lo que eres en mi vida, por luchar siempre por mí y por ese amor tan inmenso que hay en tu corazón.  Te amo con todo el mío.  Gracias a Dios y a la vida por ti.

jueves, 26 de marzo de 2020

De rutinas y amores

Esa mañana hacía un día espléndido. Un verano feroz y ardiente había ya terminado y las lluvias comenzaban refrescando la tierra y dejando un olor a humedad en todo el campo. Siempre le había gustado mirar a todos desde su rama. Hormigas viviendo velozmente, persiguiendo un aumento, un ascenso, una oficina más grande en un piso más arriba. Caminando y trabajando sin darse cuenta de que la vida se les iba en eso. Sin comprenderla, sin disfrutarla. Apenas y veían a los suyos... ¡Pobrecillas!

 Por otro lado el grillo de la esquina, siempre con su música. Cómo si nada importara en este mundo, como si el mañana no fuera una posibilidad inminente. Tan indolente como su amigo el Saltamontes. Ahí, fumando y bebiendo. Viviendo la vida solo para sí, mientras aquellos que les amaban, sufrían por ver en lo que se habían convertido. ¡Qué desperdicio! ¡Cuánto egoísmo disfrazado de falsa libertad!

 -¡Justo a tiempo!- Pensó, mientras miraba pasar a la regordeta catarina, toda emperifollada con su maquillaje recargado y su bolsa, dirigiéndose a hacer las compras. Con su boquita carmín, sus mejillas rosadas y sus taconcitos negros. Se le veía feliz, al menos lo parecía. Con sus pequeños en el colegio y su esposo siempre en el trabajo. Al menos siempre le proveía lo suficiente.

 -¡Oh! la Señorita…- Murmuró mientras la estirada mantis deambulaba elegantemente ataviada. Con un dejo de indiferencia hacia los demás y un poco de mala leche. Siempre le había parecido muy presuntuosa y al parecer a los demás también. Bella, pero sola. Los hombres le temían, profundamente, se contaban historias tan terribles de ella...

 Se recostó en una hoja del gran árbol viendo las nubes correr en el cielo. -Qué pensarán de mí?- Se preguntó meditabundo. Era algo que le intrigaba en ocasiones, ¿Lo verían como el filósofo profundo que era? ¿Admirarían su verde esplendoroso? ¿Sabrían siquiera de su existencia?
Meneó la cabeza para terminar esas reflexiones y siguió avanzando por su ramita. Hacía días que lo había decidido. Quería llegar a ella. Se mantenía escondida entre las hojas, ahí donde la vio crecer y volverse reluciente con los rayos del sol. Tan hermosa, tan coqueta, tan deliciosa. Justo el aroma le anunciaba que estaba lista. Se le acercó y durante unos instantes la admiró en silencio.
El mundo de abajo parecía no tener ninguna importancia. Había llegado a su Nirvana. Despacio y poco a poco, el gusano se deslizó sobre la piel tersa de aquella manzana, casi venerándola. La había visto crecer desde que era apenas una florecilla blanca.

 -Tú y yo somos iguales- le dijo. Nada que ver con los mortales que se encuentran allá abajo. -¿Qué van a saber los profanos de nosotros, los que llevamos una luz dentro, los que llevamos otra naturaleza escondida?- y después de acariciar su piel lustrosa, bajó de ella. Se sintió listo, sabía que era hora. Comenzó lentamente y con perseveración a tejer su capullo. Pronto se lo demostraría. Le dejaría ver que él también podía convertirse en algo completamente distinto y hermoso. Y entonces, ella lo amaría.

 -Los demás pueden burlarse si quieren. ¿Quién dice que seres como tú y yo no podemos amarnos? El mundo está loco. Se ha olvidado que hay tantas formas de amar. Espérame, pronto estaremos juntos, cuando mi verdadero yo sea revelado.- le dijo, antes de cerrar por completo su capullo y caer en un sueño profundo. Qué terrible sería su sueño si supiera que esa manzana está por caer lejos de él, lejos para que otro la coma o incluso se pudra mucho antes de que él despierte de su gran sueño. Y qué duro será su despertar...

lunes, 13 de enero de 2020

Desde que te fuiste

Desde que te fuiste, parece que te hubieras llevado mis palabras contigo.  A veces, las siento atoradas en el fondo de mi garganta, refugiadas en el silencio, temerosas de continuar sin ti.  Otras veces, deambulan por mi mente, deformes, quebradas y unidas sin sentido.

Una parte de mí quiere seguir adelante, soltarte y ya no pensar tanto en ti, alejarse del dolor que le provoca tu ausencia, pero otra, la más terca, la que más se te parece, insiste en pensar en ti, en tenerte presente en los detalles, en olvidar de pronto que ya no estás.

De pronto, todo parece normal, un día cualquiera y hasta hablo contigo.  Te digo lo que pienso, lo repaso para cuando te vea y entonces recuerdo que no puedo, que te has ido para siempre y las palabras se quedan en el viento, extraviadas, sin saber o tener a dónde ir.

¿Será que llegará el día en que no duela tu recuerdo?  ¿Es posible que tu memoria llegue y solo produzca sonrisa y no esa extraña nostalgia? Nostalgia...recuerdos que producen dolor en el alma.
Quizás sea que con quien tengo que reconciliarme es conmigo, perdonarme por todo el tiempo desperdiciado, por todas las llamadas que pude haberte hecho y por las que no debí haber apurado, por todos esos cafés que por prisa no me tomé contigo. Creo que tal vez tú sí sepas que cada uno de ellos que tomo en silencio, es una conversación que tenemos y que pienso en ti cada vez que  se me enfría el café.