martes, 13 de noviembre de 2018

Maslan

Siempre he amado la docencia.  Fue de esas cosas que sabes de toda la vida, desde que era muy pequeña lo tuve claro.  Una de las razones por las que amo la enseñanza es porque cada día suele ser completamente distinto. 
Entre los privilegios que tengo como maestra, uno de los más  increíbles es la confianza que alguien puede tenerte para  compartir algo muy personal, algo que habían guardado mucho tiempo,  que les duele o les preocupa.  Es una responsabilidad enorme y sobre todo un gran aprendizaje, además, siempre hay una lección guardada para mí.  Ellos me transfieren algo de sus vidas sin darse cuenta. Las mejores lecciones son aquellas que trabajan mi humildad.
Y este día recibí una muy buena.

Hace unos días tuvimos un ejercicio de escritura donde debían presentarse y compartir una anécdota y hoy algunos voluntarios leyeron su escrito en voz alta.  Entonces sucedió que Marian, una alumna que pocas veces participa compartiendo sus producciones, levantó la mano:  "Maestra, yo quiero leer lo mío".  Algunos de sus compañeros dijeron "¡Sí.  Que Maslan lea!" Yo asentí para que leyera no sin antes comentar a modo de broma "¡Ay, ustedes y su costumbre de andar cambiándose el nombre! Ven que uno a duras penas puede con tanto nombre y ustedes quieren que me aprenda otros." Me reí.  Suelo bromear mucho con el grupo.  Ella sonrió y comenzó a leer.  Dijo su nombre completo y como a lo largo de su vida había pasado por situaciones difíciles. Cómo sus compañeros usaban su nombre para burlarse de ella y el acoso escolar por el que pasó.  Y fue entonces cuando lo conoció.  Aquel amigo especial cuyo nombre titulaba su escrito.  El que le fortaleció y le ayudó a encontrarse, a reconciliarse consigo.  Narró eventos tristes de su vida en los que él le sirvió de sostén, de enseñanza y fue quien precisamente le dió el nombre de Maslan.

Pasaría un tiempo antes de que ella supiera lo enfermo que él estaba.  Leucemia. Nunca lo habría imaginado después de recibir tanto ánimo de su parte.  Finalmente falleció, sin embargo, ella le hizo una promesa: "Si algún día logro triunfar en el campo del arte, el nombre con el que seré conocida será Maslan." Suspiró, se enjugó las lágrimas y concluyó su lectura.  El grupo permaneció en silencio al igual que yo.  Necesité unos segundos para recomponerme y limpiar mis lágrimas.
¡Qué hermosa lección de humildad acababa de recibir! ¡Qué excelente recordatorio de lo que significa ser maestra!  Levanté mis ojos hasta la última fila donde ella estaba sentada y sonriendo, solo pude decir: "De ahora en adelante, siempre te llamaré Maslan."