lunes, 31 de diciembre de 2018

Verano

No soy una persona de verano, no es ni remotamente mi estación predilecta y sin embargo, daría todo porque fuera otra vez verano.
Quiero las risas en la playa, en tus brazos lanzándome al agua y los campamentos junto al río.
Correr todo el día y jugar con mis pies en el agua, cobijada por tu mirada que me cuida. Perseguir luciérnagas y escuchar tus historias mezcladas con el chirriar de los grillos y las chicharras.
Verte prender tu lámpara de campamento, hipnotizada por su luz naranja.

Que vuelvan los días soleados de fin de semana y desayunos felices; parada en el marco de la cocina, mirándote silbar  mientras haces plátanos fritos y comienzas a cantar cuando te das cuenta de mi presencia.
Los días de campo en el parque, sentado leyendo el periódico dominical para saludarte cada vez que completo una vuelta en bicicleta.
Tu café por las noches, los viajes en carretera, tu ayuda con las tareas, el pantógrafo y tus Prismacolor.

Anhelo de vuelta el verano de tu vida, ser otra vez una niña, solo para que tú seas joven de nuevo y pasear otra vez de tu mano mientras me enseñas cosas nuevas cada día.

martes, 13 de noviembre de 2018

Maslan

Siempre he amado la docencia.  Fue de esas cosas que sabes de toda la vida, desde que era muy pequeña lo tuve claro.  Una de las razones por las que amo la enseñanza es porque cada día suele ser completamente distinto. 
Entre los privilegios que tengo como maestra, uno de los más  increíbles es la confianza que alguien puede tenerte para  compartir algo muy personal, algo que habían guardado mucho tiempo,  que les duele o les preocupa.  Es una responsabilidad enorme y sobre todo un gran aprendizaje, además, siempre hay una lección guardada para mí.  Ellos me transfieren algo de sus vidas sin darse cuenta. Las mejores lecciones son aquellas que trabajan mi humildad.
Y este día recibí una muy buena.

Hace unos días tuvimos un ejercicio de escritura donde debían presentarse y compartir una anécdota y hoy algunos voluntarios leyeron su escrito en voz alta.  Entonces sucedió que Marian, una alumna que pocas veces participa compartiendo sus producciones, levantó la mano:  "Maestra, yo quiero leer lo mío".  Algunos de sus compañeros dijeron "¡Sí.  Que Maslan lea!" Yo asentí para que leyera no sin antes comentar a modo de broma "¡Ay, ustedes y su costumbre de andar cambiándose el nombre! Ven que uno a duras penas puede con tanto nombre y ustedes quieren que me aprenda otros." Me reí.  Suelo bromear mucho con el grupo.  Ella sonrió y comenzó a leer.  Dijo su nombre completo y como a lo largo de su vida había pasado por situaciones difíciles. Cómo sus compañeros usaban su nombre para burlarse de ella y el acoso escolar por el que pasó.  Y fue entonces cuando lo conoció.  Aquel amigo especial cuyo nombre titulaba su escrito.  El que le fortaleció y le ayudó a encontrarse, a reconciliarse consigo.  Narró eventos tristes de su vida en los que él le sirvió de sostén, de enseñanza y fue quien precisamente le dió el nombre de Maslan.

Pasaría un tiempo antes de que ella supiera lo enfermo que él estaba.  Leucemia. Nunca lo habría imaginado después de recibir tanto ánimo de su parte.  Finalmente falleció, sin embargo, ella le hizo una promesa: "Si algún día logro triunfar en el campo del arte, el nombre con el que seré conocida será Maslan." Suspiró, se enjugó las lágrimas y concluyó su lectura.  El grupo permaneció en silencio al igual que yo.  Necesité unos segundos para recomponerme y limpiar mis lágrimas.
¡Qué hermosa lección de humildad acababa de recibir! ¡Qué excelente recordatorio de lo que significa ser maestra!  Levanté mis ojos hasta la última fila donde ella estaba sentada y sonriendo, solo pude decir: "De ahora en adelante, siempre te llamaré Maslan."

lunes, 1 de octubre de 2018

En un café.

No pude evitar quedarme más tiempo del que tenía planeado, el cual por cierto, era mucho más del que podía y sobre todo, del que hubiera sido adecuado.  Sin embargo, mi malsana curiosidad me obligó a pedir un tercer café como pretexto para alargar mi estancia en el local y poder seguir viéndola.

Tenía delante de sí una taza de alguna bebida que en algún momento estuvo caliente pero que por puro cálculo se sabía que tenía rato de haber rebasado el tibio-frío.  Sentada en una esquina de la terraza, protegida con un abrigo marrón y un sombrero de fieltro, miraba ausente hacia el horizonte. Una libreta y sobre ella, una mano inerte sosteniendo una pluma quieta, desde hacía horas me tenían por completo intrigado.
¿Qué estaría pensando? ¿A quién esperaba con la mirada perdida en la nada? ¿Qué deseaba escribir en esa hoja en blanco?

El ocaso fue llegando y la mujer de pronto bajaba la mirada a la hoja de papel y su mano, temblaba ligeramente, como si temiera escribir esas palabras que le atormentaban los dedos, para finalmente dejarla reposar nuevamente sobre su mano y volver la vista al infinito.
Y de esta forma había pasado toda la tarde; viéndola intentar escribir algo para perderse de nuevo en su mente, en sus recuerdos.

Miré el reloj y no pude evitar una exclamación al mirar lo tarde que era.  Llamé al mesero para pedir la cuenta.  Creo que mi curiosidad no pasó desadvertida puesto que me dijo, mientras me entregaba la pequeña charola con la nota, lo que pensaba que yo quería saber: "Viene todos los viernes sin falta.  Todos. Tendrá quizás un año o casi.   No ha hablado con nadie, salvo la vez que ponía las monedas para pagar su té en mi mano y murmuraba:  "Pronto se cumplirá el tiempo. Casi es el empate.  Y entonces nunca más vendré."

Le miré con desaprobación.  Sentí una invasión salvaje a todas las ideas e historias que mi cabeza había estado inventando durante las últimas dos horas.  Intentó continuar: "La gente dice que espera a alguien.  Dicen que se casarían en esa iglesia..." Mirándole con un dejo de fastidio corté su plática, "- ¿Podría hacerme el favor de no meterme en esto, joven? No quiero saber nada de lo que los demás dicen.  Y ella, dudo que ella quiera contarme," - le dije cortante.  Pagué mi cuenta y me levanté enseguida. No quería saber más, ni ver nada.  Y tampoco tenía tiempo para hacerlo, debo confesar.

Me cerré el abrigo y me envolví con la bufanda para comenzar a caminar con paso veloz, deteniendo mi sombrero atacado por el viento.  Me fui caminando solo, perdido en mis pensamientos y sabiendo que por más que corriera, no llegaría a tiempo a mi compromiso.
La cabeza me daba vuelta llena de preguntas sin respuesta: ¿A qué tiempo se refería?  ¿Por qué un empate? ¿Quiénes eran? ¿Qué esperaba? ¿Qué era lo que quería escribir y sobre todo, que se lo impedía?  Me paré en seco.  Tenía que saberlo.

Regresé corriendo al café y la vi levantarse poniendo algo en la mano del mesero y dejando una hoja en la mesa.   Me acerqué por fuera a la terraza con la sucia intención de tomar la hoja y ver si había escrito algo.  Inexplicablemente, el corazón me palpitó al ver unas cuantas líneas de lejos y extendiendo la mano, intenté infructuosamente arrebatarle la hoja al viento.  La perseguí un poco, cual niño bobo tras de un globo hasta que cayó en la fuente arruinándose por completo.  "¡Increíble que sigan usando plumas fuentes!" -murmuré entre dientes.  La hoja se volvió un solo manchón y cuando volví la vista hacia aquel lugar, no quedaba ni rastro de la mujer.

Decepcionado, metí mis manos en los bolsillos y empecé a caminar.  "Estúpido café, no volveré por aquí nunca." - me dije mientras caminaba creando en mi mente mil historias posibles, buscando al menos una que encajara con las posibles palabras que el agua había convertido en una mancha negra.

lunes, 9 de julio de 2018

De las papas hasta Tijuana.

Es curioso como funciona la memoria.   Estoy en la cocina, intentando por primera vez una receta.  Cosa básica dirán las cocineras experimentadas, pero para mí no es cualquier cosa: Son las tortitas de papa de mi abuela.
Nadie había logrado el sabor exacto, ni aún mi madre (con perdón de ella).  Lograban sabor rico, pero les faltaba algo.  O quizás les sobraban recuerdos.
Mi abuela, jamás compartía sus recetas.  No le gustaba que la vieran cocinar.  Aún es un misterio para mí como aprendieron mis tías a hacerlo. Pero por alguna extraña razón, un buen día me enseñó a cocinar dos cosas paso por paso: Su arroz (blanco y rojo) y las tortitas de papa.

Saco las papas, el queso, la sal y el resto de los ingredientes (ya estoy igual que ella...) y me dispongo a comenzar.  Cocí las papas tal como ella me dijo que debía hacerse, evitando lo que se debe evitar y justo cuando comienzo a pelarlas recuerdo la historia que me contó cuando me enseñó cómo se hacían.

Pero mi mente me lleva más atrás de ese día y de la historia contada. Me llevó al día en que velamos a mi abuelo.
El señor Ortiz, como le llamaba mi abuela, era un tipo bonachón y amable con las personas.   Siempre le he visto como un tipo excesivamente paciente, confiado, apacible.  Sin embargo, los excesos pasados le habían dejado un daño irreparable en el hígado y los pulmones y así, un buen día, su cuerpo perdió la batalla contra un cáncer terrible.

Y ahí estaba yo, siendo una niña de 9 años,  sentada en una sala del velatorio del ISSSTE en la Ciudad de México, viendo mis zapatos y el piso.   No quería ver más allá.  Si levantaba un poco más la mirada, alcanzaba a ver las ruedas del soporte de la caja donde yacía el cuerpo inerte de mi abuelo.  No.  Regresaba los ojos cuando alcanzaba a ver un poco las ruedas. Entonces me concentré en ver los pies y piernas de cuantos pasaban por el limitado campo visual que había elegido como protección. ¿Cómo resignarme que no volvería a hablar con él, que no volvería a molestarme cada vez que salía Luis Miguel en la tele?  Entonces los vi.  Y es lo que mejor recuerdo del velorio de mi abuelo.

Alguien fue a buscar a mi abuela que estaba sentada junto a mi. Vi sus piernas de las rodillas hacia abajo, vistiendo un pantalón de cuadritos minúsculos blancos y negros y vi que traía unos zapatos muy viejos con el talón pisado.  Aún no sé porqué traía esos zapatos.  Nunca quise preguntarle, solo recuerdo que sentí una profunda tristeza.  Pensé en cuánto me gustaría salir corriendo a comprarle los zapatos más lindos que encontrara.  Levanté la vista y la vi tan triste, tan acabada y se me salieron las lágrimas.

Pasó el tiempo y nos mudamos de ciudad. Y mi abuela se fue un tiempo con un hermano suyo que vivía en Tijuana.  No sé a ciencia cierta cuánto tiempo estuvo allá, ni exactamente cuándo fue, solo recuerdo que un día que fuimos de vacaciones a CDMX nos enseñaron fotos de mi abuela que había venido de visita desde Tijuana.
Era otra.  Su cabello teñido del rojo borgoña que tanto le gustaba, unos lentes oscuros grandes, falda de lana a cuadros, blusa bonita y unas botas de tacón impecables.  Sonreí.   No lo podía creer, era como si hubiera rejuvenecido. Tijuana le había sentado bien.

Y ¿Cómo diantres se relaciona todo esto con la comida que preparo? Así: Cuando me enseñaba como preparaba la comida, me contó historias de cuando vivió en Tijuana.  Primero trabajó en un restaurante y muriendo de risa, mula como ella sola, me contaba cómo la mamá de la dueña del restaurante, hacía todo lo posible por ver cómo hacía los platillos.   Pero lo que más quería saber, era cómo lograba las tortitas de papa que tanto le gustaban.  Se reía y me platicaba como evitaba que viera, llegando más temprano, preparándolas en casa, echando algún ingrediente al último cuando estaba distraída.  Seguía siendo la niña traviesa de siempre.

Después consiguió otro trabajo con gente muy bien acomodada y volvió fortalecida, con otra visión y sobre todo con el corazón sano.  "Bendita Tijuana", pensé.

Comencé a poner una a una las tortitas en el sartén después de  recibir ayuda de unas manitas traviesas que nunca tuvieron la dicha de conocerla, al menos en este mundo, y sonreí.  Cada vez me sorprendo al darme cuenta de que no dejo de extrañarla.
Sale la primera tanda, y al tal como ella, tomo una para probarlas.  ¡Madres! se me hace un nudo en la garganta, saben igual. 
Sonrío por ese secreto que me dejaste, una receta y una historia de esa bendita Tijuana que te regresó sana y con botas nuevas.


sábado, 30 de junio de 2018

De lentejuelas y Tragafuegos.

-"¡Mira mamá! ¡Un circo, mira, un circo!  ¡Qué hermoso! ¿Podemos venir?"- Exclama mi hija en el carro, aplaudiendo de dicha y emoción mientras suspiro y en mi mente me recrimino: "Se me olvidaba que no tenía que pasar por esta calle..."

Y fue así, como después de varios intentos fallidos por sacarle la idea de ir, no me queda más que ir hacia el autito que vende los boletos para entrar al circo de barriada que se ha instalado hace casi un mes en la colonia, mismo que había logrado ocultarle hasta hoy.

Si nunca has ido a un circo de barriada, te diría que no te has perdido de nada; ella sin embargo, te diría lo maravilloso que es y quizás, si lo vieras con sus ojos quizás también podrías creerlo.  Así que ponte tus gafas de visión infantil y acompáñanos.

Los circos de barriada, al igual que los grandes circos (pero en menor escala), se presentan como una caja sorpresa con una promesa implícita.  Con su carpa de colores brillantes llena de focos y luces. Si, esa imagen que tu cerebro produce de inmediato cuando lees la palabra circo.  Bendita semántica.
Desde ahí, formados ante la entrada esperando el inicio, los niños y niñas saltan de emoción esperando ver al personaje de moda, prometido en los carteles próximos a la taquilla.
Comienza a llover y nos dejan entrar un poco antes de que inicie y al ingresar,  mi hija deja salir un "uauu" sorprendida por las luces, y el humo producido por las máquinas para crear un ambiente místico y yo, obviamente, solo puedo ver el piso de tierra y las gradas de tablones.  ¿Quién me lo manda? Yo tuve la culpa por pasar por aquí.  Ahora a soportar una hora de intentos de diversión para esperar a otra Frozen de traje percudido y minions que dan más lástima que diversión.  En fin.

Elegimos un lugar para sentarnos (no tan arriba por si hay algún incidente) y seguimos observando.  Mi hija ve payasos, luces, burbujas y baila con la música de fondo.  Yo en cambio pienso en toda la gente que desperdicia su dinero en baratijas y  antojitos, nada apetitosos por cierto, así como en los niños que trabajan ahí.  Me pregunto si serán familiares y sobre todo, si van a la escuela o no, o si es explotación infantil.  Vaya, ¿diversión o sociología?

De pronto se detiene la música y el anunciante comienza dando la bienvenida y mostrando las "Salidas de emergencia" que no es mas que un "Si pasa algo, agarre a su hijo (a), levante la carpa y salga como pueda".   Me da risa, me he vuelto cínica con los años.  Mi hija grita emocionada cuando apagan las luces y se encienden los reflectores  "¡Ya va a empezar, mami!"

Anuncian al primer número y sale un joven acróbata, atlético y sonriente trepando en un tubo y mostrando el control y la fuerza de su cuerpo.  A mi hija le brillan los ojos y boquiabierta se sorprende de cómo puede sostenerse con una sola mano.  Se emociona, aplaude y ríe.  Y yo comienzo a verlo.  Es un atleta.  Entrena, perfecciona su acto y en ese momento, envuelto en un traje rojo brillante con lentejuelas que brillan con las luces, sonríe orgulloso de su trabajo, disfruta de los aplausos, de las miradas expectantes del público. Se entrega a lo que ama.

Viene una contorsionista.  Bellísima, enfundada en un traje con un aire tailandés y mi hija se pone de pie en las gradas para aplaudir cuando la ve ponerse un sombrero con los pies y yo la miro a ella.  La observo y sigo entendiendo.  No es el circo "miado" (como suelo llamarles),  soy yo.
Soy yo que he perdido esa capacidad de asombro.  Quien no se contenta con las cosas sencillas y maravillosas de la vida. Y me di un poco de tristeza.  Vi mi cinismo, mi indiferencia, mi apatía, mi desinterés, contrastado con la euforia de ella y el gozo por lo que observaba.  Sonreí.  "Ya estás aquí, disfrútalo al menos..." pensé.  Y comencé a aplaudir junto con ella, voltéandonos a ver cada que algo nos asombraba, viendo volar en los aros a la trapecista, riendo con el payaso, gritando al ver a los malabaristas y equilibristas y conteniendo el aliento cuando "Samael, el señor del fuego" soplaba las llamas  creando bolas de fuego ante nuestros ojos y apagando antorchas en la boca.  Adultos y niños siendo felices, ofreciendo lo mejor en su actuar y ves su estilo de vida, la libertad en la que viven, su entrega, su esfuerzo.

Se escucha una risa en el sonido del show y mi hija grita al instante: "¡Masha!", salen y debo reconocer que ahora los disfraces son bastante buenos, me encojo de hombros y juntas cantamos con Masha y el Oso.  Para cuando salen los personajes de Coco, ya estamos cantando a gritos "Poco loco" y por supuesto "Recuérdame" extendiendo los brazos y tomando tiempo para abrazarnos.

Salen los artistas a despedirse y aplaudimos felices, complacidas del espectáculo.  Nos tomamos de la mano y caminamos sonrientes al carro y mientras ella me dice todo lo que le gustó,  yo no puedo evitar agradecerle dentro de mi ese bendito viaje al circo, agradecerle que me prestara sus ojos por hora y media para alejarme de mi cinismo y volver a ser una niña de nuevo.
Porque sin duda, el circo, sea como sea, siempre será el circo.

miércoles, 13 de junio de 2018

Sobre Owirúame.

Cada día que avanza en el calendario de mi vida, estoy más y más convencida de cuanto le amo. Owirúame, llegó a mi vida de a poco. Fue una conquista de resistencia. Y a pesar de ello, siempre le he visto como un refugio. Le veo, de pie como un árbol frondoso, brindando sombra deliciosa para resguardarse de los rayos abrasadores del sol, con sus brazos siempre abiertos, recibiendo, cobijando, entregándose. Entre más lo pienso, más similitudes le encuentro. Protegiendo, del sol, de la lluvia, del aburrimiento. Y también, dando fruto. Compartiendo, enseñando, entregándose a los demás.
Sus brazos, cuales ramas, siempre han estado extendidos hacia mí. He disfrutado del aroma de sus flores en la primavera de nuestro amor, he jugado en ellos en el verano de nuestras vidas, mientras reía al sentir el viento y la luz que dejaba colar entre sus hojas. Sabe mezclar perfectamente la estabilidad, la fortaleza y la libertad. Él es mi lugar favorito en este mundo. Si todo se acabara, habría un sitio para mí sentada en sus raíces. Siempre sería mi hogar, el lugar al que mi corazón volvería cada vez.

Él es un lugar de paz, como un mar tranquilo, que arrulla el silencio con sus olas, rítmicas, espumosas, acariciando mi playa, esparciendo sobre mi arena, regalos que trae desde el fondo de su ser, conchitas y estrellas marinas ofrendadas sobre mi, estrellas y lunas reflejadas en sus aguas, borrando además, las huellas de quienes han pisado mi suelo, volviendo a dejar mi alma tersa. Sin embargo, aquellos que conocen el mar, saben que no siempre es apacible y él, tampoco lo es. Me inunda con su pasión desenfrenada, y entonces le miro brioso, potente, incontenible. Se transforma y me acaba, me devora. Y entonces, después de la faena, vuelve a su serenidad, a su vaivén rítmico y tranquilo.

Amo su voz semejante al viento de las montañas. Aquel que acompaña, que habla al alma, que llena el corazón y guarda las palabras y pensamientos para dos. Creo que podría escucharle horas enteras. Y como el viento es libre, su mente también lo es. Viajera, traviesa, pero sobre todo eso, libre. El viento que no puede ser capturado, tampoco sujeta nada por la fuerza, se deja acompañar en libertad, me toma como semilla y me acaricia mientras vuelo con él, deja disfrutar el camino sin preocuparse por el destino. Amo esa libertad con la que vive, ésa con la que sabe amar.

Es una mezcla de fortaleza, de paz, de libertad. Es la naturaleza misma expresándose. La montaña imponente, llena de vida, refugio y protección. La lluvia derramándose, esparciendo vida; la tierra dando sustento, soporte, aroma, fruto. Es viento libre, es palabra, es idea. Es fuego que enciende, que devora, que purifica. Es aire, agua, tierra, fuego, el ápeiron mismo, engendrando, dando vida, siendo origen y destino, indefinible, ilimitable, inmortal.

martes, 29 de mayo de 2018

Confesiones nocturnas.

"¿Crees que no lo sé ya?  ¿En verdad me crees tan torpe e ingenua? Lo sé.  Desde hace mucho tiempo.  No fue difícil ¿sabes? Fue tan evidente todo.  Tus cambios de humor, de apariencia.   Ésas sonrisas que te delataban.
Te miraba sentada desde la barra de la cocina mientras sonreías enajenado.  Hubiera dado todo lo que poseía en ese momento por tus pensamientos.  "A penny for your thoughts, dice la frase, no?"  Hubiera dado miles.
Tus escapadas misteriosas, las veces que bajabas la voz al contestar el teléfono.  -"¿Todo bien?"-  Te preguntaba,  -"Si.  Cosas de la oficina..." Carraspeabas nervioso.

Recuerdo nuestros primeros días.   Todo parecía posible, todo era tan luminoso, tan perfecto.  Solo que tarde descubrí que la perfección  y el "felices para siempre" no existen ni remotamente.
Quisiera saber dónde fue que se rompió esto, en qué momento ya no fue suficiente,  cuando dejé de ser tu reposo, tu hogar. O quizás solamente sea una etapa... no lo sé.  Creo que de tanto pensarlo, cada vez me resulta más confuso.

Al principio, ni siquiera lo noté, debo confesarlo.  Fue hasta que resultó evidente esa sonrisa estúpida frente al teléfono.  Ésa que hacía años no te veía, ésa que sabía que no era para mí.  Y aunque veía todo, me negaba a creerlo.  Hasta esa noche en que dormido dijiste su nombre.
Escucharlo, fue como sentir que caía plomo derretido en mis entrañas.  Fue tan terrible, tan doloroso y la vez, todo se volvió tan claro, incluso lo que no quería ver.  Me sentí loca de celos, de ira, de dolor.  Pero más sentí el abandono, junto con todo lo que perdí en el camino.

¿No lo sabías? Pues si, la llamabas en tus sueños, diciéndole mil nombres cariñosos.  Palabras que me sonaban de otro tiempo.  Y te odié.  Y a ella junto contigo.

No.  No me digas nada.  ¿Cómo podrías negar lo evidente? No insultes a mi inteligencia, no te atrevas a decirme que no es lo que parece.  Si lo es.

¿Que si qué va a pasar ahora? Nada del otro mundo.  Tu maleta está lista.  Mañana sales de mi vida, al menos físicamente.  Y pues, de aquí adentro, a ver cuando.  Por el momento es todo.  Es tiempo de decirte adiós, es tiempo de cuidar de mí y dejarte ir."

La penumbra en la habitación disminuía.  Ni siquiera se había dado cuenta de la hora. Estaba por amanecer y ella seguía ahí llorando en silencio, sentada en la cama; contemplándole dormir en santa paz, sonriendo, soñando con aquella cuyo nombre pronunciado en sueños le hacía sonreír, mientras el mundo  que ella creía seguro, se caía a pedazos. Ahí seguía, repasando una noche más la despedida que le diría si tuviera el valor suficiente para descubrirle su engaño y echarlo para siempre de su vida.



miércoles, 18 de abril de 2018

Soñadora

Era aún temprano o al menos así le parecía, miró el reloj para confirmarlo, suspiró y tomó asiento.  Pensó en ordenar algo pues la sensación de vacío en el estómago le recordó que no había comido nada, sin embargo otro vacío en la bolsa re recordó por qué  no había comido.

-Un vaso de agua con hielos, por favor - dijo en voz baja y mientras esperaba, pensó en lo distinta que había sido su vida en otro tiempo.  "Extraño la comida de mi mamá... no había cosa que no le quedara riquísima".
Sintió de nuevo el hambre, y aún a pesar de eso, si alguien se lo preguntara, si el tiempo volviera y pudiera decidir de nuevo, estaba casi segura de que hubiera hecho lo mismo.

Le había gustado tanto desde la primera vez que le vió. Y quizás no todos podrían decir que era un gran galán, sin embargo, algo tenían esos ojos negros que la encantaron desde el primer día que la miraron.
Si, también recordaba sus besos.  Ésos que le robaban el aliento, que provocaban que el tiempo se detuviera y el resto del mundo desapareciera.   Lo que daría por tan solo uno más.

El mundo parecía tan pequeño a su lado.   En ese entonces, aún creía en los para siempre, en las promesas, y si, en el amor, también en el amor.
Y tan ciega su fe, que no dudó ni un instante dejarlo todo por él.  Recordaba a su madre llorar, y a su padre intentando no hacerlo.
-Si te vas, es para no volver- le dijeron.
"¿Volver? ¿Para qué querría ella volver?" pensó ese día.  "Voy a iniciar MI vida con él. para qué habría de volver"
Meneó la cabeza.  ¿Cómo pudo haber sido tan necia? ¡Qué caro había pagado esa decision!  Hay historias que son tristes y otras, que ni siquiera comienzan ni llegan a ser.  La suya era de las segundas.

Tan pronto acabó el entusiasmo, las cosas cambiaron, se vio inmersa en una pelea continua que ni había iniciado, ni sabía como concluir.  Hasta el día que  llegó exhausta después de un turno doble y se encontró sola, sin ni siquiera una carta, una nota, nada.  Solo ausencia.  Ausencia, soledad y muchas deudas.
Quiso llorar un poco ante tanto vacío, pero no se atrevió por no saber si podría detenerse.

Miró el reloj de nuevo.  -"Toma hija.  Es tu regalo de cumpleaños, cuídalo mucho, era de tu abuela"- Su padre, profundamente emocionado, le ponía en la muñeca el amado reloj de su madre.  Era todo lo que quedaba de su otra vida.
Sus uñas rojas tamborileaban en el vaso vacío, mientras se preguntaba si en verdad había valido la pena.

-¡Hey tú, soñadora! ¡Despierta, que las botellas no se venden solas!-  Volvió de golpe a la realidad, trato de esbozar una sonrisa a tono.  La tenía muy practicada ya. 
Se ajustó la falda y se acomodó el cabello mientras caminaba hacia él.
-Hola guapo, ¿Me invitas una copa?-  Le dijo al ebrio en turno, acariciándole el dorso de la mano, mientras en su mente imaginaba el último beso y esa despedida que siempre creyó merecer.

martes, 13 de marzo de 2018

Te espero con la lluvia.

Llovía. Lo supo casi antes de despertar. Tenía los sueños mojados y los recuerdos salados. Abrió los ojos lentamente mientras disfrutaba del sonido del agua golpeando rítmicamente el techo y los cristales de su ventana.
Mientras se acostumbraba a la luz, giró su cabeza solo lo suficiente para alcanzar a recordar que el el otro lado de la cama seguía vacío como hacía tanto tiempo. Los malditos sueños le habían engañado y por un solo instante creyó que de nuevo le sentía.

Se sentó en la cama y en lo que buscaba sus sandalias con los pies, alzó la mirada y contempló esa mañana borrascosa. Hacía días que llovía y llovía. Día y noche, sin tregua alguna. El cielo gris, el olor a tierra mojada ya no le hacían sonreír. Las gotas de afuera se unían con las de sus ojos, todo le parecía tan gris.

Con el ánimo de quien ya no tiene nada que esperar, se levantó y puso a calentar agua. Y entretanto esperaba escuchar el silbido de la tetera, se acercó a la ventana. "Qué cosa más extraña la lluvia. Qué ajena..." - pensó. Quiso reprimir un recuerdo de inicio pero como siempre sucumbió a él. Al menos por unos instantes se dejó acariciar por esas dulces memorias que parecían tan remotas, casi irreales. Cuántas veces le recordó con la lluvia, cuántas más casi sintió su calor y su aliento en el cuello mientras le rodeaba con los brazos contemplando juntos la lluvia caer en los negros espejos del asfalto. A veces, una parte de ella sentía como si eso perteneciera a la vida de alguien más, lo percibía, como quien ve en una película una historia ajena.

Pensó, como otras veces, si tal vez hubiera sido mejor no haberle conocido nunca. Siempre se había preguntado qué sería peor; no haber sentido nunca nada o lidiar con lo que sentía ahora. Y como siempre, se encogió de hombros sin dejar que la respuesta alcanzara a llegar por miedo a que no fuera la que quería.

El sonido de la tetera le despertó por un instante de sus ensoñaciones y lentamente tomó una taza para verter el agua encima de un sobre de Chai. Siempre le había gustado el sabor, aunque recordó que había sido un café aquella vez. Tomó la cuchara; dos de azúcar y un poco de crema. Se calentó las manos con la taza en lo que se enfriaba un poco antes de beberlo. Acercó su libreta y comenzó a escribir.

"Hola: Sigo aquí, Aún me encuentro varada en esta casa, en el mismo lugar donde me dijiste que esperara. Creo que aún podrías reconocerme en la mirada si me vieras. Creo que ese brillo regresaría si te reflejaras de nuevo en ellos..." dejó la pluma a un lado. Sintió curiosidad. Se acercó al espejo. ¿Cuánto tiempo había pasado? Las líneas surcaban su rostro, sus párpados estaban caídos, sus labios enjutos, marchitos. Suspiró. Se pasó la mano por el cabello encanecido, con los ojos cerrados recordando días más alegres, recordando sus rostros en esas fotografías, sonrientes, radiantes. Extrañaba tanto sentir sus manos acariciando su rostro. Abrió de nuevos los ojos y desvió la mirada. “Por eso no me asomo nunca por aquí” - dijo casi en un suspiro.

Regresó a la mesa y le dio un sorbo a su té sin dejar de mirar la ventana. ¿Cuándo dejaría de llover? Necesitaba salir de la casa a dejar las cartas. Tomó de nuevo la pluma y su libreta, mirando distraídamente el montón de cartas que estaba a un lado. Lunes, martes, miércoles… siguió enumerando los días hasta llegar al mes y medio. Continuó.
“Recordé aquella tarde de lluvia en la que tomamos café, capuccino, si mi memoria no me traiciona. Sentados en esos banquillos y la mesita redonda. ¡Cómo reímos! ¿Recuerdas?. Aquí sigue lloviendo, van varios días que transcurren iguales uno tras otro. Ojalá estuvieras aquí, hoy voy a hornear algo y tomaré café con canela.” -”Canela, me falta canela. ¡Esta endiablada lluvia que no para! ¿Tendré que irme así? Podría llevar las cartas de una vez” -se dijo, tratándose de convencer para salir en medio de la lluvia. Sabía perfectamente que ya no tenía esos treinta y tantos y que mojarse a su edad podía significar varios días en cama. “No me hago más joven. Vale más que lo haga”.

Se vistió con dificultad y tomó su paraguas. Revisó la alacena para ver si faltaba algo más, lo anotó y salió caminando lentamente, meciéndose acompasadamente como una pequeña barca en el estanque. La lluvia era constante pero ligera, casi una brisa mojada. Cerraría el paraguas para ir más rápido pero temía que las cartas se mojaran, así que fue con el paso lento pero continuo hasta llegar a su destino.

El joven que atendía en el correo, le miró con compasión y pesadumbre. Siempre le había parecido muy triste verla llegar con su montón de cartas. Después de todo, ¿Quién seguía mandando cartas, salvo ella? A veces creía que eso era lo que la tenía viva, otras tantas, refrenaba las ganas que le daban de abrir una y leerla. Se le antojaba que fueran de amor, solo eso haría que alguien saliera andando bajo la lluvia esperando algo, depositando sus últimas ilusiones en un sobre.  Los miró, iguales, blancos, con una caligrafia algo temblorosa pero perfecta.

Le sonrío como lo haría si fuera su abuela y cortésmente le preguntó cómo estaba, qué le parecía el clima y alguna otra cosilla más de las que se dicen cuando intentas ser amable pero en realidad no conoces a la persona. Esa charla “educada” y superficial que nos enseñan desde pequeños. Tomó las cartas y sin mirarlas con atención, le dió las estampillas. Siempre era el mismo destinatario, siempre la misma dirección.

Con serenidad esperaba que pusiera uno a uno los timbres postales con sus manos temblorosas y llenas de años. Seguía sonriendo mientras ella balbuceaba disculpas por la demora. No le causaba problema, aprendió a ser paciente y esperarla. Cuando por fin terminó, le recibió las cartas y las depositó en el lugar correspondiente. Correo aéreo, siempre esperando una respuesta. Ella se despidió y fue a comprar lo que le faltaba. Sobre todo la canela. Nunca se sabe cuándo habrá que preparar un café con canela.

Volvió sobre sus pasos, mientras la lluvia arreciaba. Llegó tan apresuradamente a resguardarse a casa que no vio o tal vez no quiso mirar el montón de cartas atadas con un cordel que se unía a los otros paquetes de sobres de tinta chorreada y escritura ilegible en los cuales solo podía distinguirse el largo sello rojo de cuando son retornados al remitente.

Se cambió las ropas empapadas, colgándolas en una esquina y se frotó los brazos para entrar en calor. Se acercó a la estufa y puso de nuevo agua a hervir. Tenía lista la canela y el café esperando el hervor. Se sentó y volvió a tomar la libreta y la pluma.

“Hola: Sigo aquí donde me dejaste y como cada día te espero bajo la lluvia, pensándote…” Miró otra vez la ventana y entornando los ojos divisó una silueta caminando con dirección a su casa sosteniendo un letrero en la mano. ¿Sería ése el día? Se levantó y puso el café con canela en el agua. Hubiera sido bueno tener leche y la crema se había terminado en la mañana. Igual y ya no importaba, nada importaba ya. Con las manos temblorosas, se sirvió la última taza de café con canela y pluma en mano, siguió escribiendo unas líneas finales esperando en silencio a que tocaran a la puerta.

jueves, 22 de febrero de 2018

Atemporal

Quiero ser como cuando era niña, para perder por completo la noción del tiempo.  Sentir que las horas vuelan y los días sean como segundos que se antojan inmensos.

Qué el tiempo vuelva a detenerse en un instante y contemplar la eternidad en un beso.  Escuchar como se van espaciando los latidos de este corazón que te vive.

Deseo sentir la agonía de los minutos tercos que se alargan, de los momentos previos y la zozobra que la expectativa crea por una llegada.

No temer más a ese "para siempre" que se queda atorado cada día en la garganta para usarlo en lugar del "hoy y hasta que Dios quiera"que usamos por miedo de tentar al destino.

Sentir el viento acariciando mi cara mientras contemplo un atardecer más contigo. Escuchar en silencio al tiempo correr descaradamente mientras tratamos de detenerle con las manos.

Ven y déjame convertir tus segundos en horas y tu eternidad en instantes. Vamos a jugar a destruir el tiempo mientras me pierdo para siempre en tu mirada.

martes, 2 de enero de 2018

Consejos para futuras madres.

Si alguien me preguntara cual es el mejor consejo que le daría como mamá,  ¿Qué sería lo más importante que le diría a alguien que quiere serlo? Quizás solo le susurraría al oído: "no tengas hijos..." pero la verdad,  sería injusto y falso.  Podría tal vez darle una especie de lista de consejos o quizás advertencias... pero ¿Por dónde empezaría?

¿Disfrutas dormir? ¡Aprovecha y duerme todo lo que puedas! (este consejo se lo doy casi siempre a mis amigos que van a tener hijos)  Los niños pequeños suelen despertar en la noche (la mayoría) por alguna razón que puede ir desde el hambre o la pipí, hasta monstruos, tormentas y ruidos raros.  Así que habrá que  levantarse a ver que sucede.  Y eso es cuando está pacífico el asunto y son cosas sencillas, porque por otro lado están las enfermedades.  Los resfriados, la tos, la temperatura, las infecciones estomacales y cuando lloran y lloran sin poder explicar que les pasa y no entra en ninguna de las anteriores, ahí si que necesitarás armarte de paciencia para no llorar también tú, además de una dosis extra fuerte de café para funcionar al día siguiente sin haber dormido.

La comida.  Eso que es tan cotidiano para ti como una comida caliente, es un pókemon que las mamás no conocemos.  Además de estarte levantando por cosas, pasas la mitad del tiempo de cada comida diciéndole que se siente y coma bien, enfriándole la comida, además de las ocasiones en las que deberás levantarte intempestivamente por un trapo porque ha derramado el vaso con agua o algo que cause el caos suficiente como para que resulte necesario recoger todo lo que hay en la mesa y limpiar (sin contar la veces que  necesitarás un cambio de ropa para una o más personas...) y por ello acabarás comiendo sola con la comida en esa temperatura tibia-fría a la que te acostumbrarás.

La programación.   Recuerdo la ocasión en la que veíamos una cari de Tinkerbell y al irse ella a jugar, mi esposo me dijo: "pues cámbiale, ¿no?" a lo que yo contesté: "pérame, quiero ver en qué termina..." Él me miró con aire reprobatorio y me dijo: "Antes eras chida, antes veías Mentes Criminales..." Y si, aunque no lo creas, te aprenderás todas las cancioncitas con las que empiezan las caricaturas, sabrás todas las "complicadísimas" tramas de sus programas y te volverás un ser extraño que tus amigos sin hijos no reconocerán y que nunca sabrá de que programas están hablando los demás puesto que solo ves Discovery Kids y Disney Channel.

El baño.  "¿El baño? ¿Qué sucede con el baño?" me dirás, es algo que va de la mano con la palabra privacidad.  Es el último bastión de la casa, la fortaleza de la soledad de Súperman, el único lugar donde siempre es válido cerrar con seguro mientras estás sola adentro.  Y eso, si son lo suficientemente grandes y/o tranquilos para quedarse unos minutos sin que los vigiles.  Y aún así podrás ver  en ocasiones, unos deditos asomándose por debajo de la puerta y una vocecilla preguntando: "¿Estás ahí mamá? ¿Qué estás hashendo?"  ¿Psicosis y su escena del cuchillo?  Pfff ¡Aficionados! ¿Qué saben ellos de terror?  Incluso desarrollé el superpoder de bañarme con los ojos abiertos con todo y champú...

El auto.  Salir siempre incluirá preparación al estilo Boy Scout.  Una cobija por si se duerme, chamarra o suéter por si hace frío, agua, algún snack, su juguete favorito, un cuaderno,  colores, un cambio de ropa extra y mucha paciencia.  Eso si ya es grande, cuando son bebés está peor la cosa.

Hablando de salidas, ¿recuerdas cuando te probabas varias cosas y elegías todo con calma?  Olvídalo,  eso ya no existe.  Ahora primero vestirás y peinarás a un ser mezcla de infante, gato, perezoso, gelatina y caja de sorpresas (Si está de buenas. Si está recién despierto, enfermo o de malas, agrega gritos y llanto)  después, tendrás que ponerte lo que hayas elegido previamente (jajajajajaja) o lo primero que encuentres porque ya será tarde y es hora de salir corriendo.

Claro que la maternidad funciona con todo lo demás que tengas que desarrollar en tu vida.  Siempre y cuando aprendas a vivir durmiendo 4 o 5 horas al día.

Te preguntarás horrorizada, por qué alguien en su sano juicio querría pasar voluntariamente por todo eso, y puedo decirte esto:  Porque es un secreto del gremio.  Nadie te lo dice por su importancia para la supervivencia de la humanidad.

La verdad es que ser madre es increíble.   Es algo que tiene muchísimas facetas, incluso en un solo día.
Les miras crecer, ser cada vez más fuertes, mas independientes.  Cuando son bebés, son la cosa más hermosa que te puedes imaginar.  Poseen un aroma delicioso y las mas bellas sonrisas capaces de restaurar tus fuerzas y hacer que se te olvide el sueño y el cansancio.  Cuando se enferman y por fin se recuperan, no dejan de sorprenderte por su fortaleza, y nada importa lo duro que haya sido ese tiempo, al sentir su bienestar y ver un termómetro marcar esos 36ºC por los que suplicabas cada 5 segundos.

Comienzas a verlos cuando gatean, cuando se incorporan y dan sus primeros pasos o cuando dicen su primera palabra.  En ese justo momento cuando el estúpido celular y/o cámara están en la dimensión desconocida, bloqueados, apagados, sin pila o todas las anteriores y solo te queda alzarlos en brazos y llenarlos de besos mientras ríes boba e inmensamente feliz.

Cuando llega el día que van por primera vez a la escuela, y pasas días preparando todo para ese momento; su uniforme, la lonchera llena de lo que le gusta (y si eres como yo, le pondrás comida como para irse dos días de casa) y estarás días sin dormir, preguntándote si alguien será capaz de cuidarle como tú lo haces.  Y entonces llegará el primer día de clases y le verás irse caminando hacia esa puerta y jurarás que nunca te habías dado cuenta de lo pequeño (a) que aún es, preocupándote de si llorará, cuando en realidad eres tú la que a duras penas contiene el llanto.

Y luego comenzará a platicar, a preguntarte de todo, en los momentos más inapropiados por cierto, pero las risas nunca faltarán.  Llegará a tu cama a las 6:00 de la mañana los fines de semana (aunque los días de escuela requiera de una grúa para levantarse) y te dirá "Hola mamá, tuve un sueño muy lindo ¿tú que soñaste? Tengo hambre..."

Jugarán juntos, irán de paseo.  Bailarán como locos por toda la casa.  Le mirarás aprender tantas cosas y no dejarás de sorprenderte por todo lo que ya puede hacer sin tu ayuda.

Le llevarás a dormir cada noche y mientras se encuentran acurrucados después del cuento, te mirará como nadie jamás lo hará en este mundo para decirte como si nada: "te quiero mucho, mamá..."  mientras sientes como tu corazón se derrite de amor.

Aprenderás que no existe nada más mágico y curativo que tus besos y tus abrazos, que siempre necesitará de tu amor y si tienes suerte algún día le escucharás hablando de ti con sus amigos, sin darse cuenta de que le escuchas, diciendo "Es mi mamá" con un orgullo inmenso como si nada más en este universo necesitara explicarse.

Terminarás los días de su niñez pasando a su habitación a ver como está antes de acostarte.  Le arroparás de nuevo, y dándole un beso en ese hermoso rostro que ilustra lo que es la perfección, te escucharás decirle "Buenas noches amor mío, duerme tranquilo y ten sueños felices. Te amo. Gracias por haber llegado a mi vida". Y entonces sabrás por qué decidiste un día ser madre.