martes, 28 de febrero de 2017

Horizonte

Se encontraron una vez por casualidad.   Ahí donde se encuentran los vientos.  Apenas se miraron y fueron atraídos por un extraño y poderoso magnetismo.

Paseaban en el límite del horizonte riendo, siendo felices como ninguno lo había imaginado, en ese lugar de existencia imposible que parecía en instantes tan real y tangible.

Se sentaban al filo del horizonte a contemplar la partida del sol, mientras jalaban la luna y acomodaban una a una las estrellas.
Ella jugaba con sus constelaciones, las unía con sus dedos y sonreía.  Él la miraba y suspiraba. Se arrullaba con su risa.

Pasó el Tiempo relativo que bien vuelve los años minutos y los segundos, años y sin que ellos se dieran cuenta, se robó todo el azul de sus días, toda la luz y sus estrellas.

Así anduvieron en ese espacio utópico, viviendo de sueños e ilusiones, hasta que el Tiempo, acompañado de Realidad, juzgaron como afrenta el robo de sus atributos. ¿Quiénes creían que eran para tomar el tiempo que nos les pertenecía? ¿Qué les hacía pensar que podían crear una realidad ajena a ésta?

Fue entonces que se quejaron al Cielo.  Él los oyó pacientemente.  Sabía que sus quejas eran certeras, sabía de lo que hablaban.  Había hecho la vista a un lado cuando se sentaron a la orilla del horizonte; cuando jugaban con sus astros cual niños inocentes.
La verdad era que Cielo se encariñaba fácilmente con los enamorados.  Tenía debilidad por los soñadores.

Sin embargo, debía actuar retribuyendo el daño a Tiempo y Realidad, así que después de pensarlo un poco, decidió el castigo a otorgar: "los desvaneceré y vagarán sin fin por la inmensidad"
Los acusadores se fueron conformes al escuchar la sentencia.  Cielo tomó a los acusados convirtiéndolos  en aliento.  Los transformó en nubes viajeras.

Desde entonces, vagan por el cielo tomados de la mano, mientras el viento juega con ellos y les acaricia.  Corren de un lado a otro persiguiendo felices el horizonte, unidos para siempre, mientras Cielo les contempla sonriendo.

lunes, 27 de febrero de 2017

Silencio

Rescátame del silencio.  Si me ves callada o ausente; rómpelo, termínalo.  El silencio no es mi mejor amigo.  Me acompaña con frecuencia.  Se sienta en mi hombro y comienza a hurgar en mi mente.  Escarba y escarba, mueve por aquí y por allá y se sienta cual Nerón a ver como arde Roma.

El silencio y mi mente juegan a crear historias.  Son como dos exploradores frente a una fogata creando cuentos de miedo para asustar a los demás, lográndolo a la perfección.
La niña de mi cabeza se sienta en un rincón, se abraza de las rodillas y ruega por que salga pronto el sol.  Escucha atenta la llegada de la aurora, buscando oír el trino de las aves celebrando el nuevo amanecer.

El día llega con tu voz que desarma el miedo.  Esa voz que separa la mente del silencio y la distrae.  Entonces ella se da cuenta de todo.  Te escucha y te mira.  Se acuerda que a veces es feliz.

Ven, rescátame del silencio, rómpelo, desgárralo, termínalo.  Ayúdame a engañar a mi mente. Ayúdame a hacerle creer que aún es de día.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Herencia


Margarita está linda la mar, 
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento...

Ahí estaba de pie. Con el libro de poesías del abuelo en la mano leyendo mi poema.   Leía unos cuantos versos y me miraba.  Yo sentía que no existía nadie más. Y después cerraba mis ojos imaginando ese palacio de diamantes, la tienda hecha del día, el rebaño de elefantes, el quiosco de malaquita, el manto de tisú y por supuesto esa gentil princesita tan bonita, tan bonita como yo.

Recuerdo incluso cuando leí un fragmento del poema en un libro de texto, que sentí como si hubieran tomado algo mío sin permiso.  Nunca antes lo había leído impreso, siempre del libro de mi abuelo, transcrito a mano con su pluma y tintero con una perfecta caligrafía.  Recuerdo también haber pensado: "Pero yo me la se completa, desde hace mucho..."

La poesía me ha acompañado durante toda mi vida.  Pero Rubén Darío sería el primer poeta que conocería en la voz de mi padre. Y tantas veces la escucharía hasta quedar grabada en mi memoria.  Después elegiría mis poetas, mis poemas, sin embargo, ése sería el primero, el más querido, el más especial.

Pero esta noche te tengo en mi regazo.  Pides tu cuento de todas las noches pero caes de sueño.  Decido no leerte.  Tan solo te digo: "Hoy te contaré algo, algo que me contaba tu abuelo cuando era niña...". Y comienzo.  Y conforme avanzo, voy regalándote un trozo de mi infancia, y dejo de ser la princesa y comienzas a ser tú.  Acaricio tu nariz mientras empiezas a quedarte dormida y mi garganta se va cerrando mientras lágrimas llenas de recuerdo y nostalgia se asoman a mis ojos. 

Miro tu sonrisa mientras repites "elefantes" casi en sueños.  Te amo tanto. Me sorprende cuántas memorias felices guardan esos versos.  Hoy ha venido tu abuelo a contarte un cuento.  Ésta es mi herencia, te doy mi poema.  Te lo doy para que lo sueñes, te lo doy para que lo aprendas, te lo doy para que algún día cuando lo escuches o lo leas, tengas un feliz pensamiento para aquella que un día quiso contarte un cuento...

martes, 14 de febrero de 2017

La fotografía que nadie ve.


Las fotografías, sin duda, permanecen como el testimonio de que algo fue real, que existió.  Como una ayuda mnemotécnica que evoca una historia completa, así cuando las mostramos, nos escuchamos decir: “y aquí estamos en tal lugar.  Recuerdo que ese día…” y comienza la historia a ser narrada.   Resulta sorprendente cómo cabe tanta vida en un pequeño cuadro inmóvil.   Lugares enteros, seres complejos, historias prolongadas, todo se encuentra ahí, listo para ser contado, para ser revivido.

Sin embargo, existen también otro tipo de fotografías, que  a pesar de llevar contenidas historias, personas y lugares, suelen llevar una carga en sí.  Son aquellas fotografías que nadie ve. Puede que sea porque pertenecen solo a alguien y no pueden o quieren ser compartidas, o porque fueron aquellas que debieron ser tomadas y nunca lo fueron, siendo su existencia perteneciente a los campos de la memoria.

Entonces en esos momentos de quietud, donde mi la mente se recrea paseando en sus propios senderos, pienso en esas fotografías, en esas memorias icónicas que nadie ve y viene una en particular.
La miro, nos miro.  Abrazados, sentados en una banca de parque sonriendo.  Sonriendo al grado de casi estallar en luz, siendo felices de estar por fin juntos.   El césped y los árboles de un  verde brillante de fondo, la luz del sol iluminando nuestros rostros.

Todo comenzó con un saludo, un café en una tarde lluviosa, una mandala en la madrugada, un puñado de historias compartidas y poco a poco, las cosas nos llevaron ahí, a encontrarnos  en ese lugar.  Nos miramos apenas y de pronto lo supimos todo.  Nos abrazamos con nervios, no estábamos seguros de lo que pasaría, solo sabíamos que ese tiempo y ese lugar sería nuestro, siempre nuestro.

La miro de nuevo ¡Qué sonrisas más grandes!, cuánta luz.  Colores tan brillantes.  La felicidad plasmada en una imagen.
Éramos unos extraños conocidos hasta esos días.   Y sin embargo parecía como si nos conociéramos de toda la vida.  Como si nos hubiéramos encontrado después de habernos estado buscando por largo tiempo.

Días llenos de primeras veces pero hablando como viejos amigos, todo tan maravilloso, tan nuevo y a la vez tan cotidiano.

Anduvimos por calles que mis pies redescubrían, corriendo  y riéndonos como niños.  Paseamos tomados de la mano, mirándonos en silencio y diciéndonos todo del alma.  Compartiendo suspiros, contándonos nuestra historia y escribiendo capítulos nuevos.

Recuerdo sentarnos en una banca bajo los árboles a descansar.  Me recargué en tu pecho mientras tu voz me acariciaba.  Hablabas de lo bonito que era el lugar.  Escuchábamos los pájaros a lo lejos, mientras decías que parecía un sueño, un sueño  casi imposible cumplirse.

Me arrullaba el latido de tu corazón, mientras sentía el calor de tu abrazo.  Por un instante imaginé que ese momento podría ser la realidad y no un paralelo en nuestra vidas, no tiempo robado, tiempo nuestro. 

¿Te imaginas una foto así? pregunté. ¿Un recuerdo que pudiéramos llevar con nosotros por siempre? Tú sonreíste y juntos miramos al horizonte, pensando en silencio, deseando que fuera verdad y no solo un sueño.

(... Te amo)

Meditando

En esta noche de insomnio pienso en ti y en lo que siento. Surge una idea en mi mente,  me detengo y saboreo la pregunta.  ¿Por qué te amo?

Te amo porque siempre te he admirado.   Porque para mi no hay nadie más inteligente, más ingenioso, más culto, más brillante que tú.

Porque tus palabras llenaban mi cabeza y acariciaban mi oído durante tantas y tantas horas después de que nos despedíamos y aún lo hacen.
Porque tus manos semejan alas que vuelan para hacer mil cosas, porque parece haber magia en ellas para transformar cualquier cosa en algo sorprendente.

Te amo, porque hasta este punto en la senda de mi vida, no he conocido a nadie más íntegro, porque has vivido conforme a tus ideas y a tus creencias a pesar del costo que tengan.

Porque el entusiasmo que das a tu labor y al aprendizaje me ha sorprendido cada día.   Porque todos los días me enseñas algo, porque cada vez soy mejor gracias a ti.

Te amo por ese brillo en tus ojos cuando me miras, por tu sonrisa de lado, por el cobijo que tu voz me da, por el refugio de tus brazos.

Te amo porque conoces mi alma.   Porque puedes ver los abismos de mi ser y aún me sonríes, porque se que puedo desnudar mi corazón  y mi mente bajo tu resguardo.

Te amo porque  hay veces que no es necesaria ni una palabra para que te escuche, porque a veces te siento con el alma.

Te amo por la persona que soy contigo, y por la que piensas que soy, también por ésa te amo.

Te amo porque creo que me fue dado amarte por el universo, porque el destino nació para que estuviéramos juntos en él.

Te amo porque me sentí renacer en el momento en que te conocí y te amé.