lunes, 1 de octubre de 2018

En un café.

No pude evitar quedarme más tiempo del que tenía planeado, el cual por cierto, era mucho más del que podía y sobre todo, del que hubiera sido adecuado.  Sin embargo, mi malsana curiosidad me obligó a pedir un tercer café como pretexto para alargar mi estancia en el local y poder seguir viéndola.

Tenía delante de sí una taza de alguna bebida que en algún momento estuvo caliente pero que por puro cálculo se sabía que tenía rato de haber rebasado el tibio-frío.  Sentada en una esquina de la terraza, protegida con un abrigo marrón y un sombrero de fieltro, miraba ausente hacia el horizonte. Una libreta y sobre ella, una mano inerte sosteniendo una pluma quieta, desde hacía horas me tenían por completo intrigado.
¿Qué estaría pensando? ¿A quién esperaba con la mirada perdida en la nada? ¿Qué deseaba escribir en esa hoja en blanco?

El ocaso fue llegando y la mujer de pronto bajaba la mirada a la hoja de papel y su mano, temblaba ligeramente, como si temiera escribir esas palabras que le atormentaban los dedos, para finalmente dejarla reposar nuevamente sobre su mano y volver la vista al infinito.
Y de esta forma había pasado toda la tarde; viéndola intentar escribir algo para perderse de nuevo en su mente, en sus recuerdos.

Miré el reloj y no pude evitar una exclamación al mirar lo tarde que era.  Llamé al mesero para pedir la cuenta.  Creo que mi curiosidad no pasó desadvertida puesto que me dijo, mientras me entregaba la pequeña charola con la nota, lo que pensaba que yo quería saber: "Viene todos los viernes sin falta.  Todos. Tendrá quizás un año o casi.   No ha hablado con nadie, salvo la vez que ponía las monedas para pagar su té en mi mano y murmuraba:  "Pronto se cumplirá el tiempo. Casi es el empate.  Y entonces nunca más vendré."

Le miré con desaprobación.  Sentí una invasión salvaje a todas las ideas e historias que mi cabeza había estado inventando durante las últimas dos horas.  Intentó continuar: "La gente dice que espera a alguien.  Dicen que se casarían en esa iglesia..." Mirándole con un dejo de fastidio corté su plática, "- ¿Podría hacerme el favor de no meterme en esto, joven? No quiero saber nada de lo que los demás dicen.  Y ella, dudo que ella quiera contarme," - le dije cortante.  Pagué mi cuenta y me levanté enseguida. No quería saber más, ni ver nada.  Y tampoco tenía tiempo para hacerlo, debo confesar.

Me cerré el abrigo y me envolví con la bufanda para comenzar a caminar con paso veloz, deteniendo mi sombrero atacado por el viento.  Me fui caminando solo, perdido en mis pensamientos y sabiendo que por más que corriera, no llegaría a tiempo a mi compromiso.
La cabeza me daba vuelta llena de preguntas sin respuesta: ¿A qué tiempo se refería?  ¿Por qué un empate? ¿Quiénes eran? ¿Qué esperaba? ¿Qué era lo que quería escribir y sobre todo, que se lo impedía?  Me paré en seco.  Tenía que saberlo.

Regresé corriendo al café y la vi levantarse poniendo algo en la mano del mesero y dejando una hoja en la mesa.   Me acerqué por fuera a la terraza con la sucia intención de tomar la hoja y ver si había escrito algo.  Inexplicablemente, el corazón me palpitó al ver unas cuantas líneas de lejos y extendiendo la mano, intenté infructuosamente arrebatarle la hoja al viento.  La perseguí un poco, cual niño bobo tras de un globo hasta que cayó en la fuente arruinándose por completo.  "¡Increíble que sigan usando plumas fuentes!" -murmuré entre dientes.  La hoja se volvió un solo manchón y cuando volví la vista hacia aquel lugar, no quedaba ni rastro de la mujer.

Decepcionado, metí mis manos en los bolsillos y empecé a caminar.  "Estúpido café, no volveré por aquí nunca." - me dije mientras caminaba creando en mi mente mil historias posibles, buscando al menos una que encajara con las posibles palabras que el agua había convertido en una mancha negra.

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