miércoles, 20 de septiembre de 2017

El sismo del 85 y yo.

He guardado silencio en mis redes.  No sé muy bien qué decir.
Entiendo perfectamente que un texto más no ayuda ni cambia la situación.  Pudiera incluso parecer un acto egoísta y protagónico y quizás hasta cierto punto, lo sea.
Escribo casi siempre para mí.  Hoy no es la excepción.  Escribo porque hay dolor en mi alma, porque estoy paralizada y a pesar de la multitud de pendientes de este día no puedo avanzar.  Necesito purgar mi mente, mi corazón, mi ser.  Necesito escribir.

Habita en mi interior una complejidad de sentimientos, mezclados con angustias, con recuerdos, con afectos.   Recuerdo ese sismo del 85.  Ahí estaba yo, sentada en mi cama con la pereza de cualquier niño de primaria.  Medio despierta, medio dormida. Fingiendo vestirme mientras mi mamá, al borde de los nervios, nos instaba a apurarnos para no llegar tarde a la escuela.   De pronto desperté por completo.  ¡Qué increíble es el cuerpo humano al entrar en un estado de alerta!  Sentí el movimiento e instintivamente miré hacía arriba.  Nuestro "sismógrafo" casero, que no era mas que un candil rústico que al menor sismo, a veces imperceptible para nosotros, comenzaba a mecerse.  Y si, se mecía.  Más que mecerse, estaba  a punto de impactarse con el techo por lo violento del balanceo.  Y mi mamá se transformó inmediatamente de la típica mamá regañona matutina en la guardiana alerta de sus hijos. Fue un instante y un  "hijos, rápido, ¡está temblando!"... ¡Qué mujer!  imagino el miedo que sintió, imagino su angustia de estar sola con sus dos hijos en el cuarto piso de un edificio viejo mientras su esposo iba al trabajo.  Y digo imagino, porque solo puedo hacerlo, pues en ese momento, esa mujer era Dios, era serenidad, era enérgica, lúcida, impasible.  Creo que nunca se lo he dicho pero ¡Cómo admiro su temple!  Nos sacó como estábamos, a medio vestir, tranquilizándonos.  Siempre ha sabido reaccionar ante la crisis.  ¡Que mujer...!

Recuerdo el pánico en los demás.  La imposibilidad de bajar ante una única escalera serpenteante a riesgo de caerse en cualquier instante.  Y en medio de los gritos y llantos histéricos, su voz serena.   "Tranquilos... tranquilos, estamos juntos".  También pensaba en él.   "Va al trabajo en el carro" pensaba.  "Sus pies... él no puede caminar rápido..."  Habiendo padecido Guillén Barré de joven y después de vivir un tiempo en un pulmotor, sobreviviendo en condiciones extraordinarias, la vida y la enfermedad si habían dejado una pequeña cuota.  "Él no puede correr" pensaba.  "Cuídalo Diosito".  Si, la fe, cualquiera que sea, se activa en ese momento, a la par de la multitud de pensamientos que nos invaden.

Después, recuerdo un breve silencio que precedió a los gritos, las sirenas, el barullo en general.   Mi madre revisó a vuelo de pájaro el edificio y regresamos con ella al departamento a formar un kit de supervivencia.   ¡Qué mujer!  Tiene cabeza para todo.  "Hay que estar listos.  Hay que esperar a que tu papá se comunique.  Roberto, ponle las pilas al radio y busca una estación en la que estén hablando..."   Esa mujer era como un comandante y nosotros como soldados entrenados a la perfección, obedientes, eficientes.
El teléfono de disco, aún no recuerdo si funcionaba o no, pero sé que en algún momento pudimos comunicarnos con mis abuelos.  Estaban bien, después supimos de papá.  Iba manejando pensando que debía meter el carro al taller a la alineación y balanceo, hasta que se dio cuenta de que estaba temblando.

Tengo recuerdos confusos de ese tiempo.  El sismo, el mundial, la muerte de mis hermanas, después la enfermedad y muerte de mi abuelo, una posible mudanza a otro estado, todo eso forma un cúmulo de recuerdos desordenados que vienen como especie de flashback y tratan de unirse para construir una historia, una parte de mi infancia.

Pero una de las cosas que recuerdo con la misma intensidad que el instante mismo del terremoto es lo que me hizo escribir hoy, lo que me hizo escribir por primera vez sobre mi experiencia en el sismo del 85.
Recuerdo al pueblo de México moverse como uno solo.

Hablamos todos los días de corrupción, de muerte, de deshonestidad, de violencia e incluso llegamos a creer en ese momento que no tenemos remedio como nación.  Y entonces sucede algo así.  Llega una tragedia y México se vuelve uno.  Obviamente con sus discrepancias, sus errores, pero ves a la gente abriendo sus casas, vaciando sus despensas, ves al que nada tiene, dándose a sí mismo para ayudar.

Después de la angustia de saber cómo estaba mi papá.  Cuando finalmente llegó y solo quería que esos cuatro que éramos pudiéramos abrazarnos y no soltarnos nunca, el doctor Figueroa dijo:  "Vamos a la delegación.  Hay que ver en qué podemos ayudar."
"¿Es en serio papá?, ¡acabas de llegar! ¿Vamos a salir asi?" pensaba mientras mi papá tomaba algunas cosas y bajábamos rumbo a la calle.

Llegamos y lo vi.  Cientos de personas movilizadas ayudando.   Mi mamá clasificando cerros de ropa, organizando cual sargento que es, a otros voluntarios.   Mi papá sentado en no sé que cosa ante montañas de medicamento, clasificando:  Caducos, útiles, analgésicos, antibióticos..."

De pronto me acostaron en una barra. El sueño me vencía.  Una de las veces que desperté vi a un hombre con un depósito lleno de café y vasos en la otra mano repartiéndolo.  Silencioso, sin esperar aplausos ni gratitudes.  Igual que todos los demás.  Así, igual como lo veo desde ayer con todos los voluntarios.

Exactamente a 32 años.    La naturaleza tiene un humor bastante negro.  No sé por qué suceden así las cosas.  Rebasa mi entendimiento pero veo las noticias, veo Twitter, Facebook, desbordado de personas dando ayuda con sus recursos.  Desde el que abrió sus redes y puso a disposición del público usuarios y contraseñas para que se comunicaran o quien preparó alimentos, quien removió escombros.  Aquellos privilegiados de recursos económicos que pusieron su patrimonio de años a servicio de las víctimas del siniestro, hasta aquel que dio un abrazo, que escuchó en silencio a alguien, que ofreció un té en su casa o su baño.  Aquel que no durmió por poner su conocimiento de Ingeniería a disposición de los demás para asesorarles y por medio de fotografías, evaluar grietas en paredes para determinar si podían o no permanecer en esos inmuebles.

Vi de nuevo el "Esto tengo, esto soy, ¿En qué puedo ayudar?"  Vi a mi pueblo, al de verdad.  Vi el corazón de México latir por todos. Ví a mi país que puede moverse como un solo ser.  Si, yo estoy hasta el norte ahora, pero mi corazón está allá, con mi familia que por fortuna está bien, con aquellos niños y aquellas maestras.  Me vi en ellas y pensé en la responsabilidad de tenerlos, me vi en las madres enloquecidas por saber de sus hijos.  Busqué las formas en las que yo puedo sumarme y ayudar.

Anoche acostaba a mi hija después de leerle su cuento y me quedé "¿un ratito pequeñito asi, shi, mamá?" como todos los días.  Pero ayer no fue un ratito pequeñito así.  Esperé a que se durmiera.  Acaricié su rostro mientras las lágrimas corrían por el mío.  Agradecí a Dios por estar  bien y envié un deseo al universo, una plegaria por todos aquellos que fallecieron, por los atrapados, por los enfermos y lesionados.
Besé a todos esos niños mientras posaba mis labios en la mejilla de mi hija.  Buenas noches hermoso Pueblo mío, Nación de valientes, hombres y mujeres de bien.  Buenas noches a todos y Fuerza México.

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