lunes, 9 de octubre de 2017

El nombre.

Cosa curiosa que resulta el nombre.   Viene pegado a nosotros desde que nacemos incluso, a veces, antes de aterrizar en este mundo. 
Después de papá y mamá, leche y cosas como ésas, los padres (me incluyo) insistimos en el aprendizaje del nombre propio; primero verbalmente y luego escrito. 

Lo decimos sin ton ni son a todo el mundo.  Hasta aquellos a quienes posiblemente no volvamos a ver jamás, pero de cualquier manera extendemos la mano y decimos automáticamente; "Mucho gusto, Fulano, para servirle..."  Y sin embargo, tiene tanto peso en nuestras vidas. 

Para comenzar, proviene de un arduo ejercicio reflexivo por parte de nuestros padres, o al menos eso queremos creer.  Algunos antes de siquiera ser concebidos, ya poseían nombre, les fue dado desde el momento en que una futura madre de 8 años pensó: "cuando tenga un hijo le pondré..."

Algunas veces, los nombres pueden ser heredados.  Yo heredé dos, por ejemplo, otros son impuestos o dados por que la familia esté feliz y en paz;  algunos son regalados; el de mi hija llegó en un sueño y otros son un crimen o venganza por parte de padres que nunca pensaron en las consecuencias de dárselos a sus hijos.  Como sea, la mayor parte del tiempo, los nombres encierran historias.   "Es que nací el día de tal o cual santo", "Es que mi abuela o mi madre se llamaba así...", "Es que mi mamá era admiradora de X cantante", pero casi siempre, hay alguna historia, o varias detrás de un nombre, digo, no cualquiera se llama Ana Ivette Mercedes sin que haya una explicación de porqué mis padres no consideraron mi futuro tránsito por las escuelas y multitud de trámites pasados, presentes y futuros, teniendo tres nombres.

Lo mejor de todo es que me dicen "la Negra".

Recuerdo los exámenes, tareas y demás cuestiones académicas con la famosa palabrita "Nombre", seguida de dos puntos y una línea que nunca era lo suficientemente larga, acompañada de mi pregunta: "¿Nombre completo?" y si, siempre era nombre completo.
En las oficinas: "¿Nombre?"junto con la pregunta idiota que siempre me hacen:  "¿Tiene tres nombres?" Con mi boca respondo solo con un sí a secas, aunque en mi mente pienso: No, elijo aleatoriamente un nombre que agregar cada día, solo para ver la reacción de los demás. y obviamente piden la explicación de tal atrocidad, la cual acabo dando si ando de buenas.

La verdad es que la historia no es tan divertida como lo es el conjunto de anécdotas que he reunido por llamarme así.  El nombre que más detesto, el maestro que siempre lo usaba sabiéndolo, los exámenes y tareas, el usar un nombre con unos y otro con los demás; el que las personas que me aman nunca me llamen por ninguno de los tres; el que mi madre use los tres cuando está enojada conmigo y el que yo haya decidido llamarme Claudia durante un periodo de mi infancia.

De verdad que es curioso el nombre, porque casi todos usamos diminutivos o apodos para las personas que son cercanas, que amamos o ambas, dejando su uso para cuando estamos molestos, serios o asustados y que a pesar de que todos tenemos al menos uno, para quien nos ve en la calle sólo somos un tipo o una tipa más que se cruzó por su camino.

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