viernes, 13 de octubre de 2017

Debo dejar de leer y escuchar a Casciari.

Me gusta escribir.  Así de simple como se lee. Siempre, desde pequeña, he plasmado por escrito muchas ideas y sentimientos que se me desbordan. 
Y como toda persona que en algún momento ha disfrutado de escribir, he pensado que sería bueno publicar un libro.  

Convocatorias y búsqueda de procedimientos para publicar en editoriales ocuparon parte de mi tiempo hasta que llegué a platicarlo con mi esposo.  Él fue el culpable; él me llevó a Casciari.  Pero fue listo, primero me mostró una charla donde hablaba de su padre y una fotografía, donde el tipo me condujo de la risa a las lágrimas,  para después rematar con otra, presentándome la cristalización de una utopía llamada Orsai.  Y ahí me tuvo.

Entonces empecé a buscarlo, a leerlo por todas partes y di con sus podcast y con sus Perros de la Calle.  Demonios.

Tanto había buscado como escribir, tanto había pensado que la escritura debía ser de una cierta forma y viene este tipo con sus cuentos y seduce a mi pluma y a mi teclado y me hace anhelar esa libertad de contar.   Amo narrar historias, siempre lo he hecho, pero viene este genio encubierto en un ser común y conquista mi mente como si nada, la convierte en Casciarilandia.

Entonces me sorprendo haciendo cuentos en mi mente de cuanta cosa que vivo o he vivido.  Siendo libre ahí, platicando como loca, sola en cualquier semáforo esperando la luz verde y aprovechando esa soledad para decir "La puta que te recontraparió" "La concha de tu madre" y  expresiones como esas que no me atrevería a decir en la presencia de nadie más; no solo para no ser una argentina espuria, sino porque me lavarían la boca con detergente, pero que desearía poder hacerlo porque acarician, porque cosquillean la lengua y entendés, es decir, entiendes la razón que tienen para decirlas.

Y luego el fútbol.  ¿Qué le pasa a este tipo? Como si no fuera suficiente con escribir magistralmente todavía se da el lujo de hablar de futbol.  "A ver:" le digo a mi marido, "Si Casciari puede amar el futbol, ¿Por qué no puedo ver la liga también? ¿Qué de malo tiene que me ponga el jersey de la suerte para ver si ahora si logramos los tres puntos de visitante?"

Me ha venido un deseo bruto por querer escribir cuanto recuerdo poseo, cosas que me parecían insignificantes, superfluas o demasiado íntimas y cotidianas para narrar, luchan por salir a través de mis dedos y ser contadas, independientemente de que alguien quiera escucharlas o no.
Y vuelvo a temer.  Temo que salgan mal, que sean inapropiadas. Temo que alguien me destroce por ello y a la vez, que a nadie le importen.  Maldita libertad que da valor y miedo a la vez

Tengo que dejar de leer y escuchar a Casciari.  Temo copiar su estilo, me gusta tanto que me aterra perderme en él. No sé si quiero decir las cosas tal cual, maldecir y poner mi ser al descubierto porque quiero o por esa admiración cuasi infantil de querer ser como el ídolo que recién has encontrado.

Debo dejar de ser hincha de Casciari una temporada para ver qué aprendí, para crear sin copiar.  Porque ya incluso quiero ser un poquito argentina; a pesar de amar ser mexicana y un cachito salvadoreña, me seduce el poder decir "eshos", "pará" y "boludo", tomar un mate en lugar de mi chai y hablar a los gritos.  Porque nunca había considerado exhibir relatos como los que recién he escrito.  Porque en mi mente ya me hablo y pienso con la voz y el acento argentino de este sujeto.
Y mientras escribo esto tratando de fingir que mi decisión es férrea, abro You Tube buscando a Casciari con sus malditos Perros de la Calle. 

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