martes, 7 de noviembre de 2017

La vez que fuimos extraños.

Creo sinceramente que todas las personas deben hacer tonterías de vez en cuando.  Por lo menos, deberían hacer una en su vida, digo, siendo tan corta, lo más lógico es perder la cabeza en ocasiones y dejar de lado el qué pasará por vivir un momento de emoción, ridículo o simple diversión.

Yo he hecho varias y afortunadamente, de ninguna me arrepiento, por más mal que hayan salido.  Y ya no sé si es por cinismo o amor por la vida, pero definitivamente es refrescante hacer algo fuera de lo cotidiano con el pensamiento de "A ver que pasa..."

Una de mis favoritas fue la vez que fingimos no conocernos.  Jugar a coincidir en un lugar en particular como dos extraños cualquiera. 
Habían abierto una barra de café cerca de mi trabajo y le platiqué a mi esposo lo rico que estaba el Chai. 
Un día cualquiera ambos estábamos en el trabajo con unos minutos libres y Twitter abierto matando el tiempo.
-"¿Quieres un chai?" recuerdo que me preguntó por mensaje directo.  
-"¿Me traerás uno?" contesté rápidamente saboreando la idea en esa fría mañana.
-"No, te invito a la barra de café cerca de tu trabajo... con una condición:  Finge que no me conoces".

Me reí.  ¿Cómo se finge no conocer a alguien que llevaba más de 15 años en tu vida?  Sin embargo, gracias a la poca cordura con la que cuento, la idea me pareció irresistible.  Solo contesté románticamente: "¡Juega el pollo!  ¿En cuanto tiempo?" y quedamos en diez minutos, así que fui a pedir permiso para ir por un café en mi hora libre, tomé mi bufanda, guantes, dinero y teléfono para luego encaminarme hacia allá.

Llegué a la barra de café temblando de frío y nervios y lo vi sentado tomando un café.  Me detuve no tan cerca de él y saludé cordialmente al barista quien me conocía como a muchas de mis compañeras y me preguntó si me había gustado el Chai pasado, sonreí coquetamente y dije que sí, y pedí uno igual.   Satisfecho comenzó prepararlo mientras sentía la mirada de mi esposo de fijo sobre mi. Di un vistazo rápido y noté que me miraba intensamente pero como si efectivamente, no me conociera.  Giré un poco para ocultar que me ruborizaba.

Cuando la bebida estuvo lista y yo sacaba el dinero para pagar sin saber que más hacer, él se puso de pie, volteó hacia mí y me dijo: 
-"¿Me permites pagar tu chai?" 
A duras penas logré sonreír mientras  decía un "Gracias" sumamente gutural y tembloroso mientras el barista me miraba sorprendido y recibía el pago de mi té.
-"Emmm Gracias, compermiso..." dije accidentadamente y me preparé para irme cuando, continuando con el número, me dijo: -"¿Trabajas por aquí?".  
-"Si, aquí a la vuelta"- Respondí.
-"¿Me permites acompañarte?" - agregó.
-"Este... si, bueno." y acto seguido, nos marchamos rodeados por las miradas curiosas del barista y otros clientes, preguntándonos que se quedarían pensando.

Al dar la vuelta en la esquina me jaló, me dio un beso y me dijo: "Ande, vaya a su trabajo antes de que la regañen... nos vemos al  rato"- me guiñó el ojo  y nos fuimos cada quien con el corazón acelerado y una sonrisa traviesa que le quedaba grande a nuestro rostro.   Huelga decir que nunca más volví a esa barra de café.

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