sábado, 13 de enero de 2024

Listones amarillos y comienzos.

Es enero. Y siempre, cada año pienso lo mismo: enero es un mes con mala suerte. ¿Te preguntas por qué? Déjame explicarte. Enero es el mes de los inicios, el de los propósitos, un mes al que le exigimos demasiado. Es cuando haces un balance de tu vida y te das cuenta de todo lo que hiciste y no hiciste el año anterior y puede ser que te sientas optimista de los nuevos propósitos o culpable por los que no lograste. Escribir más, no lo hice. Bajar de peso… tampoco. Ir más al gimnasio, ¿qué es gimnasio? y así. Pero lo más posible es que después del análisis llegues a la conclusión de que éste sí será tu año. Ahora sí lo lograrás. Éste es el mes de los comienzos. O al menos eso crees y esperas.

Además es la época del año donde los gastos de las fiestas pasan factura y hay que recortarlos un poco más y en mi caso, también se agrega que es el mes de mi cumpleaños y conforme avanzo en este camino llamado vida, percibo las huellas que el envejecimiento va dejando en mi rostro y en mi cuerpo y no me gusta.
Pero sí, gracias a mi optimismo absurdo, siempre pienso que enero es un mes de comienzos, de reinicios, de nuevas oportunidades.

Hoy pensaba en esto de los reinicios, mientras manejaba y escuchaba en la radio la canción “Tie a yellow ribbon 'round the ole oak tree”. Cuando era niña, mi papá solía escuchar esa canción y recuerdo que un día me platicó sobre la historia que narraba y se me hizo muy bonita. 
Vamos, recuérdala conmigo: Un exconvicto va de regreso a su pueblo natal con la esperanza de hallar el perdón y retomar su vida. Cumplida su condena, había escrito a su novia quien prometió esperarlo, pidiendo una señal, un listón amarillo atado al viejo roble donde ellos solían pasar tiempo, que simbolizara que ella lo perdonaba y le brindaba un nuevo comienzo. Temeroso, le pide al chofer del autobús que le diga si hay un listón amarillo porque no tiene las fuerzas para verlo y teme que ella no lo espere, que ya no lo quiera en su vida y deba seguir de largo su camino. De pronto, el autobús estalla en vitoreos y al mirar, se queda estupefacto al encontrarse con una centena de listones amarillos atados al roble. Siempre me ha conmovido profundamente esa canción.

Más allá de lo políticamente incorrecta que podría ser interpretada la historia en estos tiempos, veo en ella un profundo amor que espera pacientemente, que perdona. Y todos quisiéramos tener a alguien así en nuestras vidas .
Sin embargo, hoy lo pensé de otra forma. El roble sigue ahí, dentro de mí, pero ahora las cintas están en mis manos. Y estoy parada frente al árbol decidiendo si puedo perdonarme. Si esas cintas que tienen escrito sobre ellas cada una de mis equivocaciones, va a ser atada a sus ramas o no. Si me voy a dar la oportunidad de un nuevo año más ligero, si voy a soltar mi carga, mis culpas.

Es enero y el autobús no tarda en pasar y yo sigo parada ahí pensando en si se detendrá o seguirá de largo.

domingo, 3 de abril de 2022

Claros de luna.


Otra noche que me preparo para dormir.  Quiero escaparme a los sueños pero aún no estoy segura de lo que quiero encontrar.  Hace tiempo que no paseo por los bosques de mi psique y dejé olvidada en alguna noche de luna llena mi linterna.  Creí que no la necesitaría de nuevo, pero heme aquí caminando a tientas buscando claros en medio de la noche inmensa.

Siento como el cansancio me lleva a ese lugar entre la consciencia y el sueño hasta que, de pronto, escucho pisadas detrás de mí.   No tengo miedo, sé de quién son.  Reconozco el ritmo, el paso, la respiración y sobre todo, el aroma...  Ahora solo espero la voz.

Sigo avanzando, deseando volver mi rostro, pero temo convertirme o que te conviertas en una estatua de sal, así que hablo.  Hablo mucho, pero eso ya lo sabes.  Tú tenías tu método para callarme. 

Te acercas a mí y siento tu pelaje en mis corvas.   Bajo mi mano y acaricio tu lomo.  Me guías al claro, al mismo claro de siempre.   Sentada en el árbol muerto de los sueños que quedaron pendientes, me atrevo a mirarte.

Ya no hablamos, solo miro tus ojos de lobo y tú... tú te sumerges en mis negros ojos.  Nadas en ellos mientras yo me robo la luz de la luna y una que otra estrella pequeña para sobrevivir mañana.  Me quedo dormida mientras te acurrucas como un ovillo en mi corazón.

¿Qué será de todas esas lunas? Las que nos robamos y las que nos quedaron pendientes... ¿Qué se hace con todo esto que llevo dentro?  ¿Se pueden borrar las huellas del lobo? ¿Acaso quiero hacerlo?

Me abrazas en sueños, donde las cosas pueden existir sin hacer daño.  Donde sigue habiendo lunas.  Donde los lobos cuidan a pequeñas hadas perdidas y donde pueden hacerse el amor toda la noche y despedirse al alba.

Buenas noches, Lobo.

Buenas noches, Hada...

domingo, 21 de junio de 2020

Nuestra última fotografía.

Sé que no te gustaba tomarte fotos, aunque nunca entendí muy bien por qué.  Recuerdo muchas de las tuyas, de niño y de cuando eras joven, pero en algún momento, dejaste de hacerlo.  A veces pienso que no te gustaba ver cómo los años pasaban por tu rostro.  La verdad, nunca te pregunté, no porque no quisiera hacerlo, simplemente no lo consideré necesario.  De hecho, hay tantas cosas que nunca te pregunté y ahora lamento no haberlo hecho.

Sin embargo, recuerdo que aceptaste tomarte una foto.  Fuimos todos a cenar.  Ese día fue uno de los más accidentados que he tenido.  Literalmente. Te llevaste a mi hija por un helado sin avisar y casi morí del susto, recuerdo lo mal que te sentiste y cuantas veces te disculpaste.  No era necesario, ella estaba feliz de haber ido de paseo con su abuelo.
Más tarde fuimos al teatro y gracias a mis “hábiles” pies y a los saltos de tu nieta, rodé por las escaleras a media función. Medio teatro se dio cuenta de mi caída, además de acabar en ropa interior delante del paramédico.  ¡Qué vergüenza!

Salimos y seguiste disculpándote, no había caso, solo fue el susto. Para limar asperezas (te regañó todo el mundo…) fuimos a cenar a una pizzería.   Para tu nieta, todo fue fiesta y risas ese día.  Nos reímos al recordar todo el estrés, nada pasó y todo fue solo una anécdota.  Para recordar ese dia, dije: “¡Vamos a tomarnos una foto!” y pronto nos acomodamos para la clásica selfie.  Tengo dos fotos de ese día: una con todos juntos y ésta otra, solo tu nieta, tú y yo.  Es nuestra última foto juntos.  En ese momento, no pensé ni remotamente que sería en verdad la última que tendríamos.  Hace días la encontré y no pude evitar las lágrimas.  ¡Dios, a veces no soy consciente de cuánto te extraño!  Sin embargo, es increíble el poder que guarda una imagen, y lo valioso que es poder capturar esos momentos para preservar una memoria que no sabemos si será la última.