Recuerdos de la infancia, memorias de llegar a un lugar nuevo. De aprender nuevas cosas. De mirar una realidad distinta.
A veces sintiéndome tan sola, tan extraviada, tan lejos.
Pero recuerdo haberme enamorado de un cielo azul espolvoreado de blancas nubes.
Descubrí la libertad de andar, de explorar, de descubrir.
Caminé por prados estivales mirando nuevos paisajes, contemplando un horizonte lejano por donde el sol se ocultaba en plena libertad. Anduve por tantos sitios conservando memorias creadas con el asombro que brinda la infancia.
Recuerdo mi primer encuentro con los saltamontes. Cientos, quizás miles de ellos plagaban una pequeña colina cerca del colegio.
Cierro los ojos y puedo evocar a mis amigos correr de un lado a otro para hacerles saltar, mientras se extendían miles de alas de colores. Amarillas, verdes, azules, rojas, blancas, moteadas, combinadas. Insectos de tamaño considerable, saltaban sin parar para huir de manos y pies de niños fascinados por ellos, disfrutando los últimos días del verano.
De pie, contemplaba a todos correr, enajenada por ese espectáculo maravilloso y al parecer, tan común para todos ellos, hasta que una mano tomó la mía y corriendo entre risas me uní a esa sinfonía de alas de colores antes de que finalizara el estío.
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