Hay historias y hay histerias. Hay historias también que comienzan aquí y terminan allá.
Historias que nacen con vigor, emoción y cubiertas de dicha, que crecen, que maduran. Donde la dicha muta y se convierte en inmensa felicidad. Que se construyen, que se deconstruyen, se crean y se recrean. Historias en fin, tan mágicas, que no les alcanza la vida para acabar de contarse.
Hay historias, en cambio, que nacen de la melancolía, del dolor, de la revancha. Y solas, se encaminan hacia el fin anunciado en cada uno de sus acontecimientos.
Existen otras historias, de triste realidad. Historias que emergen felices, iluminadas. Y en algún momento su trama se pierde, se rompe, se vicia. Y muchas veces continúan envueltas en grisácea monotonía. Arrastrando sus letras, llenando un capítulo y otro sin saber cómo.
Curiosamente cada historia avanza en su línea de tiempo, mientras sus protagonistas van eligiendo la siguiente escena apenas sin darse cuenta.
Y en ocasiones fortuitas, un protagonista se escapa de su línea y cambia de historia. Salta a una más soleada. Disfruta de la brisa y la lluvia nueva, de una mirada, de un nuevo beso. Y es entonces cuando decide ser feliz y aprovechar la oportunidad de escribir su historia de nuevo.
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