domingo, 26 de mayo de 2019

De muerte y herencias.

La muerte es algo complejo. Termina de tajo con muchas cosas y generalmente, cuando no estás preparado.  De hecho, aún no he conocido a nadie que diga "estoy listo para la muerte".  Sucede que la mayor parte de las personas le tememos de alguna forma y sin embargo, de pronto parece un alivio.  En ocasiones, llega silenciosa y hasta con un halo de paz y calma. Y sí, se lleva a alguien.  Entonces, todo el miedo irracional que sentías se transforma en una serie de cosas distintas para cada quien.   Para algunos, se vuelve dolor inmediato, y lloran y gritan inconsolables. Para otros genera desconcierto; se quedan ahí al parecer sin entender muy bien lo que sucede, en franca negación, con su cerebro  resistiéndose a entender para no enloquecer por la pena.  Y a veces, trae calma; una paz y resignación que sorprende.

Sin embargo, la muerte es astuta y no viene sola.  Trae consigo al duelo, su arma final. Y entonces, no importa cuánto creas haberlo superado, no importa que pienses que has llorado todo lo que podías, o cuán claro tenías la ausencia; te hallas de pronto marcando el teléfono de tu padre para contarle algo hasta que recuerdas que ya no está.

Y luego viene algo peor:  las herencias.  Así pues, salen las cuentas de banco, los seguros de vida, las propiedades, el testamento y con ello, la estúpida idea de medir el amor basándose en lo que le dejó a cada quién.
Nunca he sido muy apegada a las cosas materiales. Soy de esas personas que valoran lo mismo un absurdamente grande arreglo de flores exóticas, que un diente de león del parque, dado con una sonrisa.  Así que, la herencia económica de mi padre me tiene sin cuidado.  Aún no sé que dice el testamento y realmente no me apura saberlo.   De cualquier forma, ya hay quien me dice que no me dejó nada, incluso yo lo pensaba así.  No podía estar más equivocada.

Alguien me dijo que aún no podía determinar la herencia de mi padre.  Que poco a poco iba a irlo descubriendo y sí, comienza a suceder.
Resulta que las herencias materiales no son las únicas.  Y no hablo desde la resignación, aún desconozco si lo dejó o no. Hablo de las cosas inmateriales que nada ni nadie me pueden quitar.

Él dejó este mundo tomado de mi mano, me eligió a mí para irse, me esperó, eso me lo dió solamente a mí. Es así como cada día me vuelvo consciente de esta herencia: Me dejó el gusto por la lectura y a mis primeros poetas.  Las mañanas de fin de semana haciéndonos desayuno o llevándonos a desayunar fuera.  Incluso, creo que por esto es mi comida favorita.

Los días de campo, los campamentos y sus noches llenas de estrellas, acompañados de la luz que emanaba de su lámpara Coleman y sus historias.   Las vacaciones en la playa, los viajes a su tierra salvadoreña.   Me dejó a Sinatra y los Carpenters y el amor hacia la música clásica y la ópera. A él de debo el poder sentir como la música vibra en mi interior. Hay tantas cosas cotidianas y otras propias de mi ser que son gracias a él.

Y aquí sigo, viviendo este duelo.  A veces, sintiendo que ya lo he superado, que estoy en calma y todo es sencillo, a veces extrañándolo mucho, percibiendo el mundo tan vacío sin él.  Otras, con enojo, pensando en todo lo que nos faltó por hacer.  En todas las historias que se llevó y en las que no puse suficiente atención.  Además me encuentro en la construcción de esa herencia inmaterial, que es más el intento de una niña por mantener vivo a su padre al menos un poco cada día en sus recuerdos.
Sí, la muerte es algo complejo.


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