miércoles, 29 de mayo de 2019

Máscaras.

Ella llegaba a casa todas las noches cansada. Más que cansada, exhausta.   Se quitaba las zapatillas de tacón y luego de darse un breve masaje en los dedos y los pies, se dirigía descalza al cuarto de baño.
Se paraba frente al espejo, mirándose con detenimiento.  Inclinaba la cabeza hacia un lado y después hacia el otro. Giraba la cabeza hacia ambos lados y de arriba abajo. Sonreía, fruncía el ceño y hacía varios gestos, algunos cuerdos y otros absurdos.

Hoy particularmente le había gustado.  Esa imagen que le devolvía el espejo le parecía jovial, agradable, incluso podría decir que le parecía bella.  Hoy había sido un buen día. 

Sin embargo, había oscurecido hacía ya varias horas y era tiempo. Abrió el gabinete tras del espejo y la luz amarillenta del baño le hizo brillar. Era un objeto demasiado cotidiano para ella.  Lo tomó despreocupadamente y haciendo una ligera presión sobre el contorno superior de su rostro comenzó a cortar.  La línea era limpia, como si fuera un camino andado a diario.  Continuó con precisión rodeando todo el rostro hasta poder desprender por completo la faz que le acompañó ese día.  La arrugó e hizo una bola que lanzó al cesto de la basura y salió sin mirarse en el espejo por el terror que le daba verse como era realmente.

Caminó directamente al estudio y al abrir el gabinete, eligió una nueva máscara en blanco, se sentó a la mesa acercando los pinceles  y mientras mordía juguetonamente la cola de un uno, meditaba cómo sería el rostro que vestiría al día siguiente.

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