sábado, 1 de junio de 2019

Parece que va a llover.


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“Parece que va a llover” recuerdo haber dicho apenas en un susurro, mientras veía distraída por la ventana. Sentí su mirada en silencio a mis espaldas. -“¿Lo crees?” preguntó intentando sonar casual. -“Las nubes corren en el cielo. Quizás no llueva después de todo.”añadió. -“Huele a humedad…” murmuré. Seguimos en silencio.
No sé exactamente cuánto tiempo había pasado. Era ya casi la hora del atardecer, todo se tornaba naranja y la oscuridad comenzaba a acercarse.

 -¿Me dirás ya lo qué sucede?- dijo tratando de parecer sereno. Negué con la cabeza. ¿Cómo empezar? ¿Cómo decírselo?. Me voltee hacia él. Había estado evitando mirarle, sus ojos siempre parecían traspasarme, podía leerme con claridad, como a su libro favorito. Acerqué mi mano hacia la suya y con un suave movimiento la tomó entre las suyas.

 -Dímelo, dímelo por favor. No puedo hacer nada si no hablas. Sabes cómo funciono, necesito tener el control de las cosas.
 -No puedes ahora. No depende de ti.-Me aclaré la garganta. -¿Recuerdas cómo inició todo? ¿Nuestras charlas?
 - Sí. lo recuerdo bien. -respondió.

Volví a guardar silencio. Miraba por la ventana de nuevo. El ocaso era tan parecido a aquella primera vez. Recordé las bromas, los suspiros, los besos. Había pasado tanto tiempo ya. No era nuestro primer rodeo y sin embargo, habíamos sido tan niños, tan crédulos, tan idealistas.

Al principio, solo eran charlas. Teníamos tantas cosas en común: gustos, aficiones, libros, películas. Y todo fue en aumento. Cada día descubríamos más del otro. Aprendió a conocerme. Me volví un libro abierto para él.  Decía las cosas que pensaba, incluso antes de que yo las verbalizara. A mí me costaba un poco más de trabajo, pero siempre fui más crédula, más torpe, quizás.
Y entonces, llegó el momento en el que todo estaba perdido, ése en el que ya me había enamorado de él.

 Pero en este punto, estábamos completamente perdidos. Parados al filo del abismo, sin poder saltar y empecinados en no dar un paso atrás. Simplemente ahí, de pie al precipicio, anonadados por la vista. Tercos robándole un instante al tiempo.

 -Adiós, amor mío. Es todo lo que puedo decirte.- Balbuceé como una niña pequeña que sabe lo que debe hacer pero no quiere. Abrí la puerta del auto y al salir, sentí las primeras gotas de lluvia caer sobre mí.
 -¿Lo sabes? -Pregunté, mirándole fijamente.
 -Lo sé. dijo en voz baja. - Y tú, ¿Lo sabes?-
 -Sí. Lo sé...  ves, te lo dije- murmuré con una sonrisa a medias con las palmas de las manos extendidas. -Te dije que llovería-

Levanté la mano para despedirme y comencé a caminar lentamente bajo el agua que comenzaba a arreciar, alejándome mientras mis lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia en aquella última tarde de otoño.

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