jueves, 10 de noviembre de 2016

Los vestidos de la tierra


Cuando era pequeña, sabía del cambio de estaciones solamente por las fechas, las modas o bien, porque alguien lo mencionaba.  Nunca había visto gran diferencia entre una y otra, salvo por la temperatura.
Fue cuando llegué a vivir aquí, que descubrí con asombro que las estaciones del año eran tal y como lo platicaban los libros.

Llegué en medio de un verano intenso de calor seco abrasador.  De días largos de jugar en la calle hasta tarde.  De paletas y helados.  De buscar sombras que refrescaran del sol que quemaba.
Luego llegaron las lluvias estivales anunciando la próxima llegada del otoño.

Bendito otoño.  Si tuviera que  elegir una estación predilecta, sin duda sería ésa.   Amé el otoño desde la primera vez que vi como las hojas se vestían de tonos naranjas, ocres y marrones.  Todo tipo de árboles preparándose y guardando fuerzas para sobrevivir el invierno, engalanaban el paisaje.  De lejos, las huertas, los parques, jardines y calles parecían encenderse de fuego de hojas a punto de ser arrebatadas por el viento, para volar y juguetear con él.

Dientes de león, semillas de álamos y sicomoros volaban por todos lados.  Todos los árboles preparando su descendencia.  Los vientos juguetones llevándose el calor del verano y  la naturaleza esperando, aguardando la vida que dormirá en invierno.

Y entonces, poco a poco, los días fueron tornándose más fríos hasta recrudecerse.  Bufandas, gorros, guantes y abrigos salían de los armarios para proteger de ese frío cortante que curtía los rostros.
Y la nieve.  ¡Qué cosa más sorprendente la nieve! Parecía magia, como si me hubiera metido a un cuento de hadas.  Me veo de niña girando y riendo mientras pequeños copos caían en mi cabello y mi rostro.

Los días fueron cambiando de nuevo.  El frío comenzaba a ceder.  Pequeños brotes de vida se asomaban de entre la tierra, acariciando lo que habría de venir 
Los pájaros comenzaban su retorno.  Y al fin, la primavera con toda su gala aparecía.

Llenaba de esplendor la tierra.  Flores por todos lados.  Margaritas, girasoles. rosales y geranios aparecían por aquí y por allá.
Las mariposas coquetas y escurridizas llenaban el cielo como flores al vuelo.  El sol despertaba de su letargo.  La vida misma despertaba.

Mi asombro crecía cada tres meses contemplando a la tierra cambiar de vestido cada nueva estación, disfrutando cada una de ellas, pero muy en el fondo esperando que llegase mi añorado otoño.

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