domingo, 31 de julio de 2011

Recordando la casa de mi abuela


Hoy estuve recordando la casa de mi abuela. Entrecerrando los ojos pude visualizarme entrando hacia la sala, sentarme en los antiguos sillones a leer tiras cómicas del periódico de Olaf el Terrible disfrutando de la luz del sol que entraba a través de las celosías de madera en los altos ventanales.

Recuerdo el olor de esa sala y lo liso que era el escritorio de mi abuelo, también la canasta con fruta que traían de la finca.

Aún creo escuchar el leve rechinido que hacía la mecedora de mi abuela mientras nos contaba cuentos que ella misma inventaba mientras disfrutábamos de la fresca brisa de la lluvia.

Hace días que he estado recordando a mis abuelos y me he dado cuenta de cuanto les he echado de menos, cuanto ha cambiado mi vida y cómo le gustarían a ella muchas de las cosas que hago.

A pesar de extrañarles, me queda el dulce recuerdo de estar con ella tostando semillas de marañón para comerlas calientes, el olor del café recién tostado que me dejaba moler, así como el olor que tenía su ropero lleno de cosas lindas e interesantes. Tal vez su recuerdo sea lo que hace que mis ojos se nublen y mi corazón se estremezca al escuchar aquella canción infantil: "Toma el llavero abuelita, y enséñame tu ropero..."

Qué linda es la infancia y que hermoso es que Dios nos permita tener abuelos que nos muestren la vida de esa manera tan única e irremplazable y que llenen nuestra vida de de momentos mágicos que se convertirán en memorias invaluables.

Hoy me quedo con el recuerdo de mis caminatas al mercado con la "niña Paquita" como todos le decían, a comprar queso fresco recién sacado de moldes metálicos y envuelto en hojas de plátano, para después tomarme un jugo de naranja bajo el abrasador sol en las calles de Santa Ana de regreso a la casa de los abuelos.

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