martes, 17 de mayo de 2016

Esa Sonrisa.

Era tan solo una sonrisa.  Una sonrisa sin dueño, que se asomaba de cuando en cuando esperando ver si alguien se quedaba con ella.

Salía en cada buenos días, buenas tardes o buenas noches.  Acompañaba siempre a todos los gracias que pasaban entre sus labios.

Se asomaba cada vez que escuchaba la voz de un niño contando alguna fantasía o dejaba escapar una risa.

Iluminaba el sendero por el que pasaba, derramando alegría a su paso.  Irradiando un tierno amor dispuesto a entregarse.

Muchos la veían y esperaban poder reclamarla suya.  Pero esa sonrisa,  ESA sonrisa sabía que tenía un dueño.  Uno al que nunca había visto pero esperaba con el alma.

Cuando por fin llegó, la sonrisa se desbordaba del rostro.  Crecía, se derramaba. Partía hacia el infinito y regresaba.

Al fin le había visto.  El dueño de su sonrisa llegaba, se acercaba sin saber aún que lo era.
Y fue entonces cuando sucedió.  

La sonrisa mas grande y resplandeciente se dibujó, deslumbrándole por completo.  Clavándose directamente en su mirada.  Penetrando sin remedio su corazón.

Entonces la amó.   Supo que esa sonrisa era suya. Que Él la había dibujado,  que era dueño de esa sonrisa.  Que le había subyugado.  Le disparó a quemarropa al corazón.

Así que vivió acunado por esos labios, deslumbrado por su sonrisa, admirándola despierto y viviéndola  en sus sueños.

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