miércoles, 9 de marzo de 2016

Luna

Cada noche, ella salía a tener la cita acordada.   Se sentaba bajo el cielo estrellado a platicarle su día.
Algunas veces, le cantaba alguna de sus canciones.  Otras, le leía un poco de poesía.  Y muchas otras, solo se contentaba con pensarle y decirle cuanto le amaba.

Puntual a la cita, siempre se encontraba ahí, encomendando a la luna llevar su mensaje directo a su amado, mandando suspiros al aire para que llegaran hasta donde él estaba.

Terminado el tiempo, se incorporaba y con una sonrisa se despedía enviándole un beso.   La luna, les miraba desde lo alto envidiosa.  Cansada estaba de ir y venir trayendo mensajes de tantos enamorados.  Se sentía sola.  Miró con desdén a estos enamorados y decidió dar la vuelta  y mirar hacia otro lado.   Se cubrió con una manta de nube y guardó cada día los mensajes que ella le mandaba.

Él se desesperaba en la desdicha.   Se sentía tan olvidado.  Hacía tanto tiempo que no le llegaba ni una palabra, o un verso, ni siquiera un suspiro pequeño.  Extrañaba cada uno de su besos.  Miraba expectante a la luna, esperando que llegara algún breve mensaje.   La pálida dama, esquivaba las miradas y se movía ágilmente, escurridiza.  Ella no entendía porque había tanto silencio y olvido.

Él se cansó de esperarla.  Ella de su olvido.   Dejó de salir a la cita, comenzó a olvidarse de la poesía.  Guardó cada uno de los suspiros y los besos.

La luna les miraba desde el cielo.  Parte de ella sentía remordimiento, la otra pensaba que era lo justo, que era la vida y que no tenía porque ser su mensajera.  La pálida dama se dio la vuelta, indiferente a la desesperación en que los hundía convenciéndose que era parte de su naturaleza voluble y caprichosa.

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