miércoles, 23 de marzo de 2016

Música



Ella no sabía nada de música, la disfrutaba mucho, pero no era un talento que le hubiese sido dado.  Escuchaba diferentes melodías, cadenciosas, rítmicas, suaves, lentas, rápidas y las apreciaba, pero no podía producir música.

Un día pérdida en un adagio, nostálgica y melancólica le miró.   Él traía su propia melodia.   De pronto sintió como sus notas se mezclaban con las suyas mientras se acercaba.

Sentados, contemplaban el firmamento envueltos en las notas más dulces y bellas que habían existido.  Su música se mezclaba con la de él creando una nueva, una que jamás había sido escuchada.

Él la abrazaba con sus acordes, la acariciaba con sus notas, la hacía vibrar con su ritmo.  Ella nunca había disfrutado tanto de la música.  No sabía nada de música pero la entendía con el alma.  Así se comunicaba con la de él.

Cada palabra que él le daba se convertía en canción, ella era su musa, no era necesario que supiera de música.  Él se lo explicó: ella era música, era melodia del alma, era canción, su canción.

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