viernes, 18 de marzo de 2016

Firmamento

Se sentía dueño del firmamento.  Cada noche, al salir a su caminata nocturna, miraba al estanque y se perdía en ese cielo estrellado al ras del suelo.
Entonces, se le ocurrió que podía tomar poco a poco esas estrellas, irlas guardando.  Así que a partir de ese día tomaba una cubeta cuando salía por su paseo nocturno.

Elegía aquella constelación que quisiera para su colección y despacio sumergía la cubeta para tomar las estrellas sin que se escaparan.

Había construido un espejo de agua donde poder conservar sus estrellas  recolectadas.  Cada día lo iba llenando un poco más. Cada  día tenía un poco más de estrellas.

Poco después, ya no fue necesario ir al estanque.  Había recolectado todas las estrellas.  Se sentaba a un lado y las admiraba y las admiraba.   Metía su mano lentamente para acariciarlas sin que se asustaran.  Sabía que si se apresuraba, se esconderían un rato hasta que las aguas se amansaran de nuevo.

La gente le juzgaba loco.  No comprendían como podía estar en esa absurda contemplación nocturna.  A él no le importaba.  Era el único lugar donde se sentía en paz para admirarlas, ellas alegraban su ser interior.

Y entonces llegó ella.   Sus ojos negros como el firmamento y brillantes como la mas cristalina de las aguas le miraron sentado junto al espejo de agua.

El vio como esos ojos serenos y profundos, como la nada, robaban una a una  sus estrellas.  Se acercó a ella.  Admiró el cielo en su mirada.   La amó en ese mismo instante.

Extendió su mano y ella se le entregó.  Su corazón se llenó de dicha. Al fin había encontrado el mejor refugio para que habitasen sus estrellas.

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