Peligrosamente se dejaba llevar por su voz melosa y suave.
Él quería todo de ella, cada minúscula parte de su ser, reclamando algo que sentía suyo. Ella temía darlo. Temía lo que pasaría si desnudara su alma por completo ante él.
Le fascinaba y atemorizaba al mismo tiempo. Como la llama danzante enrojecida que invita a tocarla ocultando el daño que puede hacer.
En sus ojos brillaba ese fuego, el que invitaba a ser tocado. Como si acaso fuese posible acariciar al depredador supremo, al consumidor de todo.
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