martes, 16 de febrero de 2016

Siempre y nunca.

Siempre, la palabra vanidosa hermana de Nunca.  Palabras pretenciosas.
No fueron así desde el principio.  Siempre vivía en la eternidad, ajena a todo jugando día a día con Nunca. 

Un buen día las enviaron a la tierra de los hombres y ellos, en su afán por definirlas, les confirieron sus significados.

Siempre se vio en todos lados.  Se vio tan extensa, tan cargada de tiempo.  Nunca se llenó de negación, de ausencia, de no. 
Ambas se creyeron absolutas y se llenaron de falsas promesas.  

Y entonces empezaron a ser populares y todos las usaban:
"Siempre te amaré"
"Siempre lo haces" 
"Siempre dices..." 
"Siempre he pensado..."
"Nunca te dejaré"
"Nunca te lastimaré"
"Nunca sería capaz de eso"
"Nunca volveré"

Y se llenaban de orgullo al ser utilizadas por todos.   Más lo que no sabían era que los hombres eran fluctuantes, pero sobre todo finitos.  Y en su mundo temporal  -ellas que habían sido creadas para la eternidad- no tenían cabida.

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