lunes, 22 de febrero de 2016

Pertenencia


Mio, tuyo.  Palabras tan pequeñas de enorme significado.  Prontamente dichas, pocas veces entendidas en su verdadera dimensión.

¿Es acaso posible ser poseedor de algo siendo un refugiado en este mundo? ¿Un visitante de este universo? ¿Somos acaso dueños de nosotros como para entrar en la vanidad de sentirnos poseedores de alguien más?

Y entonces lo creemos, nos engañamos con la idea de ser dueños de alguien.  Paralelamente, reconocemos la propiedad de los otros y decimos "es de..." Y lo creemos.

Soñamos que el destino y el tiempo nos pertenecen también. Planeamos, proyectamos y grabamos en piedra aquello de lo que estamos convencidos.  Mi, mio, nuestro, se vuelven parte de nuestro glosario básico.

Y así vivimos en la mentira de sentirnos poseedores del todo y de la nada, como el niño que está convencido que todo lo que señala su dedo le pertenece. Celando lo "nuestro" codiciando lo "ajeno".

De pronto llegan aquellos entes extraños, quienes no se sienten dueños de nada y de nadie.  Que entienden que no pueden serlo, que están unidos por convicción.  Que se pertenecen por voluntad propia.

Y esa idea nos resulta tan ajena, tan irreal.   En un mundo donde la pertenencia define el valor de los seres, donde quien más tiene más vale; esos seres extraños que no se dicen poseedores de nada ni de nadie resultan intolerables, absurdos, anarquistas.

Se les señala como ejemplo de lo que no se hace, de lo que no se desea.  Otros los ven como amenaza a lo establecido, a lo que debe ser. Incluso, hay quienes con condescendencia los miran lamentando sus "tristes" existencias, llenas de malas decisiones.

Ilusos convencidos en que poseen objetos y personas, sin darse cuenta de su prisión, señalando a aquellos locos sin nada ni nadie, que viven en libertad absoluta unidos por decisión personal.

No hay comentarios: